El Factor Mariachi
Fedosy Santaella
*En estos días me puse hurgar en mi otra vida y comprendí que en muchos trozos de mi anterior existencia se encuentra aquello que podríamos llamar el Factor Mariachi. Una cosa terrible, amigos, terrible. Ya verán…
* Recuerdo que hace muchos años, un sobrino de un tío político mío (es decir un primo lejano), se transformaba en mariachi cuando bebía. Era portugués y dejaba de ser portugués para convertirse en el supuesto mexicano más mexicano del mundo. Tenía una panza inverosímil, y unos bigotes que cuando era portugués parecían de portugués, pero cuando se transformaban en mariachi eran, irreductiblemente, bigotes de miarachi.
* Recuerdo que hace muchos años, un sobrino de un tío político mío (es decir un primo lejano), se transformaba en mariachi cuando bebía. Era portugués y dejaba de ser portugués para convertirse en el supuesto mexicano más mexicano del mundo. Tenía una panza inverosímil, y unos bigotes que cuando era portugués parecían de portugués, pero cuando se transformaban en mariachi eran, irreductiblemente, bigotes de miarachi.
Apenas sonaba la ranchera, el hombre se ponía de pie, y se dejaba llevar por aquello que he llamado el Factor Marichi; algo que estaba en sus venas, en su código genético, en su estructura síquica, en las costuras de su alma… no sé.
Su mujer le traía entonces un sombrero de charro, y el hombre, botella en mano, comenzaba a cantar a viva voz la ranchera respectiva. Estaba ebrio, y todos los demás también. Era la única manera de soportar tales delerios.
Estas transformaciones ocurrían sobre todo los diciembres (los 24 y los 31), en casa de mi tía, la hermana de mi mamá que estaba casada con el tío político mío y tío del charro portugués. En aquella época, el gran padrino de la familia, mi abuelo ucraniano, dominaba toda la escena desde sus ojos grises y profundos. Callaba y se sonreía enigmático. Quizá se divertía o quizá desaprobaba en silencio las payasadas del otro; nunca lo sabré. Su nombre era Fedosy. Fedosy Kruk.
Después que mi abuelo murió no hubo padrino sucesor. Era él quien unía a la familia, así que se acabaron para siempre las fiestas de diciembre y, sobre todo, el espectáculo ranchero del primo supuestamente mexicano.
*En una época me dio por escuchar rancheras. Yo vivía en Montalbán y era estudiante de Letras en la UCAB. Italo Tedesco, profesor de literatura española I, fue el encargado de inocularnos el Factor Mariachi, cuando comparó los versos del Cid campeador (creo que fueron del Cid), con el corrido de Juan Charrasqueado y a su vez con una copla llanera o algo así. No llegué a conseguir el disco llanero, pero cierto fin de semana que estuve en Puerto Cabello pasé por casa de mi tía, busqué en el cementerio de discos que alguna vez escuchamos en diciembre, y allí estaba el acetato cuya carátula prometía en letras gordas y confiables ¨”Las Más Grandes Rancheras De Ayer, Hoy y Siempre”. Me traje el disco a Caracas y cada tarde, bajo el influjo del alcohol y dándole fuerte a las piedras del dominó, poníamos aquel disco de rancheras. Si mi primo Vladimir, que vivía en Puerto Cabello y estudiaba en Valencia, se dejaba tentar por el demonio (es decir, yo) y se venía a Caracas, entonces las rancheras se disfrutaban más. Claro, él también había vivido aquellos tiempos del portugués mariachi.
Un misterio: a pesar del loop musical ranchero, aquellas canciones se evaporaban de mi memoria, como el alcohol, y posiblemente gracias al alcohol mismo.
*Después de eso, el Factor Mariachi tomó una dimensión descomunal en mi existencia. Todo lo que quería hacer era comer tacos e ir a sitios donde hubieran mariachis y tequila. Estaba poseído de una absurda euforia hacia el tema.
Grandes pasos ya había dado en mi repertorio, por cierto. Finalmente me había aprendido El Rey y el corrido de Juan Charrasqueado. Ah, pero cuando pedía un tema a los charros, era el corrido de Juan Charrasqueado, porque tal solicitud, según mi punto de vista, me hacía lucir como un gran diletante de la cultura popular mundial. Eso sí, al pedirlo, lo hacía con el cigarrillo entre los dedos, moviendo la mano con finura de hombre de mundo, tirándomelas de que sabía mucho de rancheras y tal.
*Las Vegas es una ciudad fea y aburrida (por lo menos cuando se es joven y no se sabe que Frank Sinatra estuvo allí). En las vacaciones del año 1989 mis padres tuvieron el desatino de llevarnos a esa ciudad. Estábamos tan aburridos y asqueados del mal gusto del Ceaser Palace, que mi padre alquiló un carro y nos fuimos a pasear al desierto. Recuerdo que llegamos a un sitio que era un basurero. El increíble y portentoso basurero de la ciudad de Las Vegas. Empezamos a transitar (dentro del auto)entre la basura, maravillados de que no hubiese olores fétidos, maravillados de que la basura estuviese tan límpia y ordenada.
En la radio, en la radio gringa, empezó a sonar una ranchera. Y digo en la “radio gringa”, porque lo que ponían en esa radio era puro rock en inglés. Que comenzara a sonar La cama de piedra fue un hecho notable y curioso. Ahora pienso que a lo mejor intervino en el dial otra onda, otra radio. Quién sabe. Total que era la primera vez que escuchaba La cama de piedra y me pareció fascinante. La sumé a mi repertorio, por supuesto. Una vez que -más o menos- me la aprendí, me consideré todo un experto en rancheras. Me sabía el corrido de Juan Charresqueado, El Rey y La cama de piedra. ¿Qué más se podía pedir?
*Por aquellos años en que era un fanático furibundo del mariachi, tuve la fortuna de ir a Ciudad México. Estuve en la plaza Garibaldi, en el Tenampa. Por supuesto, le pedí a los mariachis que tocaran Juan Charrasqueado, y lo tocaron. Bebí mucha tequila. Recuerdo que éramos diez personas. Mi primo Vladimir, siete mexicanos, una gringa y yo. Nos tomamos diez botellas de tequila; por lo que podríamos decir que fue una botella de tequila por persona. Al final de la noche, la gringa, a la que habíamos conocido en la discoteca del hotel, terminó decidiendo que se iba con mi primo. Con mi primo y no conmigo, que le había estado echando toda la jauría por aquellos días en un fluído inglés que hasta yo mismo quedé sorprendido.
¿Cómo carajos hizo mi primo, si no hablaba la lengua de la gringa ni ella una papa de español? Bueno, en realidad no hizo nada. A la gringa simplemente le había gustado mi primo, y listo. La mexicana, amiga de la gringa, que también había andado con nosotros aquellos días y la que suponía era blanco de mi primo en nuestra batalla por tener sexo en México, no tuvo concesiones para mí. Es más, ese día, ella llevó a su galán mexicano, un tipo con corbata que se sabía más de tres rancheras. Yo terminé discutiendo con la gringa afuera del Tenampa. Ella me dijo (en inglés, traduzco): “Es que tú eres como para casarse, tu primo para tener sexo, y yo no vine a México a casarme.” Comprendido todo. Terminé en la habitación del hotel, comiéndome un club sandwich. Mi primo, en la pieza de la gringa, con la gringa. Y la mexicana, imagino que en casa de su galán mexicano, conocedor de más de tres rancheras.
*Con el tiempo y gracias a Dios (porque Dios existe, hermanos, Dios existe), el Factor Mariachi fue diluyéndose lentamente con los meados de la cerveza y el tequila, y llegó el terrible momento en que me sentí avergonzado de mis gustos. No obstante, no se lo notifiqué a nadie y, el día de mi graduación, mi linda novia, mi futura esposa, me sorprendió con un mariachi en el apartamento. Eso me pasa por no ser comunicativo. Los hombres son de Marte, ¿no?
*Lo que viene a continuación tuvo lugar en Caracas, en la época en que yo renegaba de mi pasado ranchero con la misma furia con que lo había acogido.
Después que mi abuelo murió no hubo padrino sucesor. Era él quien unía a la familia, así que se acabaron para siempre las fiestas de diciembre y, sobre todo, el espectáculo ranchero del primo supuestamente mexicano.
*En una época me dio por escuchar rancheras. Yo vivía en Montalbán y era estudiante de Letras en la UCAB. Italo Tedesco, profesor de literatura española I, fue el encargado de inocularnos el Factor Mariachi, cuando comparó los versos del Cid campeador (creo que fueron del Cid), con el corrido de Juan Charrasqueado y a su vez con una copla llanera o algo así. No llegué a conseguir el disco llanero, pero cierto fin de semana que estuve en Puerto Cabello pasé por casa de mi tía, busqué en el cementerio de discos que alguna vez escuchamos en diciembre, y allí estaba el acetato cuya carátula prometía en letras gordas y confiables ¨”Las Más Grandes Rancheras De Ayer, Hoy y Siempre”. Me traje el disco a Caracas y cada tarde, bajo el influjo del alcohol y dándole fuerte a las piedras del dominó, poníamos aquel disco de rancheras. Si mi primo Vladimir, que vivía en Puerto Cabello y estudiaba en Valencia, se dejaba tentar por el demonio (es decir, yo) y se venía a Caracas, entonces las rancheras se disfrutaban más. Claro, él también había vivido aquellos tiempos del portugués mariachi.
Un misterio: a pesar del loop musical ranchero, aquellas canciones se evaporaban de mi memoria, como el alcohol, y posiblemente gracias al alcohol mismo.
*Después de eso, el Factor Mariachi tomó una dimensión descomunal en mi existencia. Todo lo que quería hacer era comer tacos e ir a sitios donde hubieran mariachis y tequila. Estaba poseído de una absurda euforia hacia el tema.
Grandes pasos ya había dado en mi repertorio, por cierto. Finalmente me había aprendido El Rey y el corrido de Juan Charrasqueado. Ah, pero cuando pedía un tema a los charros, era el corrido de Juan Charrasqueado, porque tal solicitud, según mi punto de vista, me hacía lucir como un gran diletante de la cultura popular mundial. Eso sí, al pedirlo, lo hacía con el cigarrillo entre los dedos, moviendo la mano con finura de hombre de mundo, tirándomelas de que sabía mucho de rancheras y tal.
*Las Vegas es una ciudad fea y aburrida (por lo menos cuando se es joven y no se sabe que Frank Sinatra estuvo allí). En las vacaciones del año 1989 mis padres tuvieron el desatino de llevarnos a esa ciudad. Estábamos tan aburridos y asqueados del mal gusto del Ceaser Palace, que mi padre alquiló un carro y nos fuimos a pasear al desierto. Recuerdo que llegamos a un sitio que era un basurero. El increíble y portentoso basurero de la ciudad de Las Vegas. Empezamos a transitar (dentro del auto)entre la basura, maravillados de que no hubiese olores fétidos, maravillados de que la basura estuviese tan límpia y ordenada.
En la radio, en la radio gringa, empezó a sonar una ranchera. Y digo en la “radio gringa”, porque lo que ponían en esa radio era puro rock en inglés. Que comenzara a sonar La cama de piedra fue un hecho notable y curioso. Ahora pienso que a lo mejor intervino en el dial otra onda, otra radio. Quién sabe. Total que era la primera vez que escuchaba La cama de piedra y me pareció fascinante. La sumé a mi repertorio, por supuesto. Una vez que -más o menos- me la aprendí, me consideré todo un experto en rancheras. Me sabía el corrido de Juan Charresqueado, El Rey y La cama de piedra. ¿Qué más se podía pedir?
*Por aquellos años en que era un fanático furibundo del mariachi, tuve la fortuna de ir a Ciudad México. Estuve en la plaza Garibaldi, en el Tenampa. Por supuesto, le pedí a los mariachis que tocaran Juan Charrasqueado, y lo tocaron. Bebí mucha tequila. Recuerdo que éramos diez personas. Mi primo Vladimir, siete mexicanos, una gringa y yo. Nos tomamos diez botellas de tequila; por lo que podríamos decir que fue una botella de tequila por persona. Al final de la noche, la gringa, a la que habíamos conocido en la discoteca del hotel, terminó decidiendo que se iba con mi primo. Con mi primo y no conmigo, que le había estado echando toda la jauría por aquellos días en un fluído inglés que hasta yo mismo quedé sorprendido.
¿Cómo carajos hizo mi primo, si no hablaba la lengua de la gringa ni ella una papa de español? Bueno, en realidad no hizo nada. A la gringa simplemente le había gustado mi primo, y listo. La mexicana, amiga de la gringa, que también había andado con nosotros aquellos días y la que suponía era blanco de mi primo en nuestra batalla por tener sexo en México, no tuvo concesiones para mí. Es más, ese día, ella llevó a su galán mexicano, un tipo con corbata que se sabía más de tres rancheras. Yo terminé discutiendo con la gringa afuera del Tenampa. Ella me dijo (en inglés, traduzco): “Es que tú eres como para casarse, tu primo para tener sexo, y yo no vine a México a casarme.” Comprendido todo. Terminé en la habitación del hotel, comiéndome un club sandwich. Mi primo, en la pieza de la gringa, con la gringa. Y la mexicana, imagino que en casa de su galán mexicano, conocedor de más de tres rancheras.
*Con el tiempo y gracias a Dios (porque Dios existe, hermanos, Dios existe), el Factor Mariachi fue diluyéndose lentamente con los meados de la cerveza y el tequila, y llegó el terrible momento en que me sentí avergonzado de mis gustos. No obstante, no se lo notifiqué a nadie y, el día de mi graduación, mi linda novia, mi futura esposa, me sorprendió con un mariachi en el apartamento. Eso me pasa por no ser comunicativo. Los hombres son de Marte, ¿no?
*Lo que viene a continuación tuvo lugar en Caracas, en la época en que yo renegaba de mi pasado ranchero con la misma furia con que lo había acogido.
Ocurrió que cierta madrugada me estaba bajando en lo que calculo era el cuarto lugar nocturno, cuando vi pasar a un grupo de charros. Ya ebrio y alborotado, le dije al último músico:
-Igualitos a Batman y Superman: maricones de ropita apretada.
El charro, que no era mexicano pero sí mero macho, le dijo a los otros lo que yo le había dicho y se vinieron todos contra mí, guitarrones y trompetas en alto. Mi primo y otros dos gigantes que andaban conmigo se hicieron cargo de la situación (siempre andaba yo con grandulones cuando tomaba y decía cosas que no debía decir). Fue divertido ver a mis panas caerse a tanganazos con unos charros de pantalones apretados y chaquetas cortas. Yo, recostado del carro y fumándome un cigarrito, pensaba: “Sí, quizá podríamos crear el personaje del Super Charro”.
*Un día supe que una amiga se había enamorado de un tipo que tocaba en un mariachi. Resulta que el muchacho era músico, y no tuvo más remedio que rebuscarse de esa manera. Pero mi amiga estaba fascinada con su amor, y reconocí en ella la influencia de aquel Factor Mariachi que alguna vez había visto en mí.
-Igualitos a Batman y Superman: maricones de ropita apretada.
El charro, que no era mexicano pero sí mero macho, le dijo a los otros lo que yo le había dicho y se vinieron todos contra mí, guitarrones y trompetas en alto. Mi primo y otros dos gigantes que andaban conmigo se hicieron cargo de la situación (siempre andaba yo con grandulones cuando tomaba y decía cosas que no debía decir). Fue divertido ver a mis panas caerse a tanganazos con unos charros de pantalones apretados y chaquetas cortas. Yo, recostado del carro y fumándome un cigarrito, pensaba: “Sí, quizá podríamos crear el personaje del Super Charro”.
*Un día supe que una amiga se había enamorado de un tipo que tocaba en un mariachi. Resulta que el muchacho era músico, y no tuvo más remedio que rebuscarse de esa manera. Pero mi amiga estaba fascinada con su amor, y reconocí en ella la influencia de aquel Factor Mariachi que alguna vez había visto en mí.
En casa de mi amiga se formó un escándalo de padre y señor nuestro. No podían aceptar que su hija estuviera de amores con un charro de mentiras. Aunque a veces pienso que el problema no fue porque se trataba de un charro de mentiras, sino porque era músico de verdad.
*Debo tener más historias de mariachis guardadas en algún charco de la mente. No obstante, prefiero no traer ninguna otra a colación. No vaya a ser que me vuelva a atacar el espíritu, el demonio, el virus, el Factor Mariachi o lo que sea que tomó posesión de aquel portugués panzón, de aquella radio en el desierto de Las Vegas, de mi primo Vladimir, de mis amigos grandulones, y hasta de mi pobre alma golpeada por el alcohol y otros excesos. Yo ahora entré en el programa de reubicación de testigos que ofrece el buró de investigaciones de la existencia, y los mariachis –los supuestos mariachis- no entran en la nueva vida que me escogieron los hados.
*Aclaración final. No pienso que el mariachi tenga nada de malo. El mal está en la gente. En las ideas que la gente se hace con respecto a México.
*Debo tener más historias de mariachis guardadas en algún charco de la mente. No obstante, prefiero no traer ninguna otra a colación. No vaya a ser que me vuelva a atacar el espíritu, el demonio, el virus, el Factor Mariachi o lo que sea que tomó posesión de aquel portugués panzón, de aquella radio en el desierto de Las Vegas, de mi primo Vladimir, de mis amigos grandulones, y hasta de mi pobre alma golpeada por el alcohol y otros excesos. Yo ahora entré en el programa de reubicación de testigos que ofrece el buró de investigaciones de la existencia, y los mariachis –los supuestos mariachis- no entran en la nueva vida que me escogieron los hados.
*Aclaración final. No pienso que el mariachi tenga nada de malo. El mal está en la gente. En las ideas que la gente se hace con respecto a México.
Hay un episodio de Hill Street Blues donde a un policía latino le hacen un homenaje. ¿Qué había de beber? ¡Margaritas! ¿Qué sonaba? ¡Música de mariachis!
Cuando le llegó la hora de hablar frente al micrófono, el policía dijo: “Muchas gracias a todos. De verdad se agradecen las buenas intenciones. Pero dejenme decirles que en todos estos años que llevo aquí, nadie se ha preocupado por preguntarme de qué país provengo. Sólo porque soy latinoamericano, todos creen que soy mexicano. Y por eso me ponen margaritas y rancheras. Pero queridos amigos, yo soy colombiano. Muchas gracias, hasta luego”.
Esto no sólo pasa en Estados Unidos.
Muchas gracias, hasta luego.
Esto no sólo pasa en Estados Unidos.
Muchas gracias, hasta luego.
7 Comments:
si quieres matamos a ese bicho
ME EN-CAN-TÓ !!!!!!
Muchacho, naciste escribiendo.
Jajaja... Te la comiste.
¡Sin pies ni cabeza!
tal como el factor mariachi..."sin pies ni cabeza"
nadie sabe como empieza ni cómo termina, hay ciertos priviligiados que salimos inmunes. Recuerdo que mi primo y yo fuimos sometidos a la misma dosis de rancheras cuando niños, él es el primer mariachi negro que conozco y yo creo que ya purgué todos mis pecados. Sí el karma existe yo me lo consumí todito en la cama de piedra y todas las mañanitas. Ahora solo me toca esperar morirme, salir corriendo hacia la luz y reencarnar en un vientre escandinavo, y saber de la existencia de Mexico y de los sombreros de charros porque en la escuela nos manden un ensayo sobre un pais del tercer mundo.
Jajajajajaja! Me encanto esta entrada, felicidades por tu estilo
Gracias siguán publicando felicitaciones buena publicación
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