Terrorista psíquico
Enrique Enríquez
"La cama de piedra...", dijo el hombre poniendo su mano sobre mi hombro. Apareció de la nada, mientras yo tomaba café acá en la esquina. Era un anciano enjuto. Un extraño al que nunca había visto. (No sé lo que significa la palabra "enjuto", pero Uslar Pietri la usaba mucho, y como esta es una página literaria, me parece que queda bien). Me le quedé viendo porque, en efecto, "La cama de piedra" tenía tres días sin dejarme dormir. No me refiero a que mi cama sea de piedra; aunque es un maldito futón que haría llorar a Conan el Bárbaro de lo duro. (Por cierto, si alguno de ustedes duerme en un futón, y tiene niños, jamás los deje orinarse en la cama. Un futón mojado se transforma de inmediato en un Tampax gigante. Ahí les dejo esa bella imagen, para que la compartan con un ser querido).
Como les digo, la cama de piedra tenía tres días sin dejarme dormir. En medio de la noche, de la nada, los trompetazos frenéticos de unos mariachis fantasma me despertaban con "¡De pieeedraaa haaa de seeer la caaamaaaaaa, de pieedraaaaaa la caaabeeeceeeeeeraaaaaaaa, la muuujeeeer que a mi me quieeeraaaaaaaaaa!!!" Los malditos mariachis se quedaban allí, con su violín (sí, los fantasmas también sudan), sus trompetas, su guitarra y guitarrón, serenatéandome hasta hacerme perder el sueño. Como nunca he tendido suerte con los "guías espirituales", supuse que en vez de tener como ángel de la guarda a uno de esos elegantes actores alemanes que pone Wim Wender en "El cielo sobre Berlín", yo tenía cuatro charros que velaban sobre mi hombro, o más bien, me dejaban en vela. ¿Que podría ser más pavoso?
La búsqueda de mis guías espirituales ha sido siempre infortunada. Primero fue la sirena. Una sirenita joven, como de 8 años de edad, que se me quedó mirando en Camurí Chico, y al acercarse a mi, me dijo: "Mi mamá dice que tú no existes", para luego salpicarme de agua salada y perderse para siempre. Yo me quedé mirando al mar como Alfonsina, y grité al viento: "¡Ojalá te agarre la marea roja, perra!", pero sé que la sirenita no escuchó. Luego fue el gnomo. Un duende con barba blanca, gorrita roja, y todo, que me llamó sospechosamente desde detrás de un árbol en Central Park. Yo me acerqué feliz, pensando en todo lo que iba a hacer con mi olla de oro, y el maldito gnomo lo que me ofreció fueron drogas... Le entré a golpes, y ahora estoy vetado por la LPA ( http://www.lpaonline.org/). Pero cuando de verdad tiré la toalla fue la noche en que abrí los ojos sospechando una presencia, y encontré en la pata de mi cama a una anciana india y un lobo blanco, mirándome. Cuando le pregunté "¿eres tú mi maestra? ¿mi guía espiritual?" La vieja me dijo "No. Ando buscando el baño". Se me ocurrió preguntarle si los muertos orinaban y contestó sin mirarme: "Aún no estás listo para comprender el Universo". La maldita vieja se pasó hasta las tres de la mañana dándole al lobo gárgaras de Listerine, el anticéptico bucal preferido en el Más Allá.
Con este prontuario espiritual, me pareció lógico pensar que estos mariachis eran mis ángeles guardianes, y decidí dirigirme a Dios con la única oración que me inspiraron los curas del bachillerato: "Dios, si de verdad estás allá arrriba, eres un sádico miserable. Amén".
Tres días llevaban los mariachis importunándome por las noches, cuando el viejo vino y me dijo: "La cama de piedra..." Tras esta críptica introducción, me explicó brevemente que él era un terrorista psíquico; y que había estado mandándome esos mariachis para probarme su poder. Describió con lujo de detalles mi casa, mi cuarto, y el repertorio completo de estos mariachis quienes, todo hay que decirlo, siempre tuvieron la decencia de decirme que no me preocupase por la propina. Confieso que me impresionó, porque el viejo logró rebasar la contra espiritual que siempre uso: cuando temo que alguien pueda leerme la mente, me concentro en un bajorrelieve en oro de Carlos Andrés Pérez que una vez vi en el baño de una pareja de gays amigos míos que vivían en La Castellana. Esta imagen satánica enloquece a los telépatas mediocres, pero este viejo era bueno de verdad.
El viejo me explicó que su interés no era torturarme. Eso lo hacía por placer. Su verdadero objetivo era reclutarme y convertirme en terrorista psíquico a mi también. Me preguntó si estaba interesado, y yo le demandé una prueba más. Le dije que si él lograba enviar esa noche a mi casa a mi mariachi favorito, yo aceptaría convertirme en terrorista psíquico, siempre y cuando eso incluyese seguro dental. Estaba convencido de haberle pedido al viejo un imposible, porque mi mariachi favorito es un caballo pinto que hacía de compadre de Luis Aguilar en una película mexicana, donde Aguilar doblaba mientras el caballo, con su potente voz, cantaba como Luis Aguilar. (Noten qué enrevesada es esta última oración. Es una pequeña trampa epistemológica que le tendí al viejo, y ahora les tiendo a ustedes. No se preocupen por entenderla, a menos que hayan conseguido un PHD en Salamanca, o un VPH en Río de Janeiro).
¿Cómo podría el viejo adivinar semejante cosa? Convencido de haberlo vencido, me dispuse a dormir esa noche como un lirón, pero en cambio, me la pasé en vela conversando con el caballo pinto, quien me contó con lujo de detalle sus aventuras eróticas en los estudios Churubusco de México. Confieso que nunca veré a Silvia Pinal con los mismos ojos...
A la mañana siguiente me encontré con el terrorista psíquico en el mismo café, y comenzó mi entrenamiento. "Lo primero que debes hacer, es meditar sobre el mismo problema que le puse a Castañeda". Estas palabras me emocionaron mucho, pues supuse que me encontraba en presencia del propio Don Juan, el brujo-chamán que Carlos Castañeda retrata en sus libros. Tristemente, el terrorista psíquico me explico que el Castañeda al que él se refería no era Carlos, el celebre autor, sino Joe Castañeda, un individuo gris al que ni ustedes ni yo conocemos, y al que no vale la pena mencionar.
"Lo primero que debes entender -continuó el terrorista psíquico- es que Rafaela Carrá y Sandro eran la misma persona. Acéptalo sin chistar, o nos vamos a pasar una semana entera hablando de física cuántica". Me pareció razonable. Primero, porque no tenía ganas de oírlo hablar de física cuántica. Segundo, porque después de todo Rafaela Carrá siempre tuvo una manzana de Adán demasiado prominente.
A lo largo de los meses siguientes el terrorista psíquico me guió a través de una serie de ejercicios cuya naturaleza secreta no puedo revelar acá. Dichos ejercicios, así como ciertas pruebas psicológicas extremadamente rudas que incluyeron visualizaciones detalladas de la espalda de Bud Spencer, me convirtieron en el terrorista psíquico que soy hoy en día. (Amigo lector menor de 25 años: acabas de perderte un chiste precioso. Lee, investiga, cultívate, y reirás mejor).
La gente dice que en Internet no se puede leer mucho, así que seré breve. Les he contado todo esto para advertirles que estoy listo para atacar. Si en los próximos días comienzan a ver que ciertos chivos del gobierno se ponen a llorar en público, o se suicidan, sepan que fui yo. De ahora en adelante comenzaré a mandarle mariachis fantasmas a todos esos hijos de su pepa, para atormentarlos telepáticamente hasta que la muerte les parezca una bendición. Quiero ver a esos malditos vomitando pelo por los ojos. Desataré los guitarrones del Infierno y las trompetas del Juicio Final. No tendré piedad. Me dejaré poseer por el lado oscuro de la fuerza, y en un acto de sadismo, los mariachis que enviaré a mis víctimas serán sólo colombianos. Esos sucios no merecen verdaderos charros, ni en sueños.
Morirán escuchando "la del estribo..."
Lleno de odio, y atentamente,
Como les digo, la cama de piedra tenía tres días sin dejarme dormir. En medio de la noche, de la nada, los trompetazos frenéticos de unos mariachis fantasma me despertaban con "¡De pieeedraaa haaa de seeer la caaamaaaaaa, de pieedraaaaaa la caaabeeeceeeeeeraaaaaaaa, la muuujeeeer que a mi me quieeeraaaaaaaaaa!!!" Los malditos mariachis se quedaban allí, con su violín (sí, los fantasmas también sudan), sus trompetas, su guitarra y guitarrón, serenatéandome hasta hacerme perder el sueño. Como nunca he tendido suerte con los "guías espirituales", supuse que en vez de tener como ángel de la guarda a uno de esos elegantes actores alemanes que pone Wim Wender en "El cielo sobre Berlín", yo tenía cuatro charros que velaban sobre mi hombro, o más bien, me dejaban en vela. ¿Que podría ser más pavoso?
La búsqueda de mis guías espirituales ha sido siempre infortunada. Primero fue la sirena. Una sirenita joven, como de 8 años de edad, que se me quedó mirando en Camurí Chico, y al acercarse a mi, me dijo: "Mi mamá dice que tú no existes", para luego salpicarme de agua salada y perderse para siempre. Yo me quedé mirando al mar como Alfonsina, y grité al viento: "¡Ojalá te agarre la marea roja, perra!", pero sé que la sirenita no escuchó. Luego fue el gnomo. Un duende con barba blanca, gorrita roja, y todo, que me llamó sospechosamente desde detrás de un árbol en Central Park. Yo me acerqué feliz, pensando en todo lo que iba a hacer con mi olla de oro, y el maldito gnomo lo que me ofreció fueron drogas... Le entré a golpes, y ahora estoy vetado por la LPA ( http://www.lpaonline.org/). Pero cuando de verdad tiré la toalla fue la noche en que abrí los ojos sospechando una presencia, y encontré en la pata de mi cama a una anciana india y un lobo blanco, mirándome. Cuando le pregunté "¿eres tú mi maestra? ¿mi guía espiritual?" La vieja me dijo "No. Ando buscando el baño". Se me ocurrió preguntarle si los muertos orinaban y contestó sin mirarme: "Aún no estás listo para comprender el Universo". La maldita vieja se pasó hasta las tres de la mañana dándole al lobo gárgaras de Listerine, el anticéptico bucal preferido en el Más Allá.
Con este prontuario espiritual, me pareció lógico pensar que estos mariachis eran mis ángeles guardianes, y decidí dirigirme a Dios con la única oración que me inspiraron los curas del bachillerato: "Dios, si de verdad estás allá arrriba, eres un sádico miserable. Amén".
Tres días llevaban los mariachis importunándome por las noches, cuando el viejo vino y me dijo: "La cama de piedra..." Tras esta críptica introducción, me explicó brevemente que él era un terrorista psíquico; y que había estado mandándome esos mariachis para probarme su poder. Describió con lujo de detalles mi casa, mi cuarto, y el repertorio completo de estos mariachis quienes, todo hay que decirlo, siempre tuvieron la decencia de decirme que no me preocupase por la propina. Confieso que me impresionó, porque el viejo logró rebasar la contra espiritual que siempre uso: cuando temo que alguien pueda leerme la mente, me concentro en un bajorrelieve en oro de Carlos Andrés Pérez que una vez vi en el baño de una pareja de gays amigos míos que vivían en La Castellana. Esta imagen satánica enloquece a los telépatas mediocres, pero este viejo era bueno de verdad.
El viejo me explicó que su interés no era torturarme. Eso lo hacía por placer. Su verdadero objetivo era reclutarme y convertirme en terrorista psíquico a mi también. Me preguntó si estaba interesado, y yo le demandé una prueba más. Le dije que si él lograba enviar esa noche a mi casa a mi mariachi favorito, yo aceptaría convertirme en terrorista psíquico, siempre y cuando eso incluyese seguro dental. Estaba convencido de haberle pedido al viejo un imposible, porque mi mariachi favorito es un caballo pinto que hacía de compadre de Luis Aguilar en una película mexicana, donde Aguilar doblaba mientras el caballo, con su potente voz, cantaba como Luis Aguilar. (Noten qué enrevesada es esta última oración. Es una pequeña trampa epistemológica que le tendí al viejo, y ahora les tiendo a ustedes. No se preocupen por entenderla, a menos que hayan conseguido un PHD en Salamanca, o un VPH en Río de Janeiro).
¿Cómo podría el viejo adivinar semejante cosa? Convencido de haberlo vencido, me dispuse a dormir esa noche como un lirón, pero en cambio, me la pasé en vela conversando con el caballo pinto, quien me contó con lujo de detalle sus aventuras eróticas en los estudios Churubusco de México. Confieso que nunca veré a Silvia Pinal con los mismos ojos...
A la mañana siguiente me encontré con el terrorista psíquico en el mismo café, y comenzó mi entrenamiento. "Lo primero que debes hacer, es meditar sobre el mismo problema que le puse a Castañeda". Estas palabras me emocionaron mucho, pues supuse que me encontraba en presencia del propio Don Juan, el brujo-chamán que Carlos Castañeda retrata en sus libros. Tristemente, el terrorista psíquico me explico que el Castañeda al que él se refería no era Carlos, el celebre autor, sino Joe Castañeda, un individuo gris al que ni ustedes ni yo conocemos, y al que no vale la pena mencionar.
"Lo primero que debes entender -continuó el terrorista psíquico- es que Rafaela Carrá y Sandro eran la misma persona. Acéptalo sin chistar, o nos vamos a pasar una semana entera hablando de física cuántica". Me pareció razonable. Primero, porque no tenía ganas de oírlo hablar de física cuántica. Segundo, porque después de todo Rafaela Carrá siempre tuvo una manzana de Adán demasiado prominente.
A lo largo de los meses siguientes el terrorista psíquico me guió a través de una serie de ejercicios cuya naturaleza secreta no puedo revelar acá. Dichos ejercicios, así como ciertas pruebas psicológicas extremadamente rudas que incluyeron visualizaciones detalladas de la espalda de Bud Spencer, me convirtieron en el terrorista psíquico que soy hoy en día. (Amigo lector menor de 25 años: acabas de perderte un chiste precioso. Lee, investiga, cultívate, y reirás mejor).
La gente dice que en Internet no se puede leer mucho, así que seré breve. Les he contado todo esto para advertirles que estoy listo para atacar. Si en los próximos días comienzan a ver que ciertos chivos del gobierno se ponen a llorar en público, o se suicidan, sepan que fui yo. De ahora en adelante comenzaré a mandarle mariachis fantasmas a todos esos hijos de su pepa, para atormentarlos telepáticamente hasta que la muerte les parezca una bendición. Quiero ver a esos malditos vomitando pelo por los ojos. Desataré los guitarrones del Infierno y las trompetas del Juicio Final. No tendré piedad. Me dejaré poseer por el lado oscuro de la fuerza, y en un acto de sadismo, los mariachis que enviaré a mis víctimas serán sólo colombianos. Esos sucios no merecen verdaderos charros, ni en sueños.
Morirán escuchando "la del estribo..."
Lleno de odio, y atentamente,
Enrique Enriquez (IM)
3 Comments:
De pelos Enrique, de pelos!!!!!
Lo de la espalda de Bud Spencer me puso a gomitar pelos por los ojos!!! Que viva Trinity!!!
Inefable, cada línea.
Tal vez este señor pueda aclararme si Rosario Flores es en realidad Fito Páez disfrazado de mujer. Esa duda me roba el sueño.
Felicitaciones por este articulo, expresa de una manera clara y concisa la importancia de este tema
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