Un charro del Arauca
Fósforo Sequera
Ya estaba por finalizar la actuación, acto que noche tras noche, salvo los domingos, se repetía haciéndose fastidioso, más cuando uno es el responsable del guitarrón. Siempre me pregunté por qué no escogí la trompeta, el violín o la guitarra, instrumentos mucho más livianos y fáciles de cargar que el responsable de las notas graves. Sin embargo, no debería quejarme, el voluminoso y pesado guitarrón me ha permitido codearme en diversas celebraciones que incluyen cumpleaños, bodas, quince años, aniversarios de casados, divorcios – sí, divorcios dije - inauguraciones de tiendas y presentaciones ocasionales en alguna verbena sabatina. Sin embargo, desde que fuimos contratados para tocar en el local “México y Venezuela de la mano”, noche a noche se repetía el mismo libreto, las mismas canciones que pareciesen salir debajo de las fotografías de Javier Solís que adornaban el local junto a las de Adilia Castillo. Allí, en medio de arpas, sobreros de charro, imágenes del Zócalo, arepas, tamales se daban un caluroso abrazo la cultura mexicana y la venezolana, mostrando que diversas culturas pueden coexistir sin hacerse daño alguno. Como les relataba, ya estaba por finalizar la actuación de nuestro mariachi “Jarocho Internacional”, aunque muchos de quienes lo conformábamos éramos oriundos de Venezuela y Colombia, contando como único mexicano a quien nos vendía los trajes. Así las cosas, temas como El Rey, La cama de piedra, Volver, Si nos dejan y Las mañanitas, entre tantos otros, nos hacían volar sobre Jalisco montados sobre sombreros pachuqueños con chapetas de lujo, evocando las inmortales voces de Jorge Negrete, José Alfredo Jiménez y Pedro Infante, recordando las botellas de tequila reposado ingeridas en noches donde la serenata es el vehículo más acertado para llegar a las fibras de la mujer que se ama. Nuestra actuación, repetida función de cada noche, llegaba a su fin, y así había que darle paso al conjunto de los Hermanos Del Llano, quienes debutaban esa noche como fieles exponentes de la música criolla al sonar del arpa, de la bandola llanera, el cuatro, las maracas y el bajo. Como pregonaba la filosofía de aquel local, la música de México y Venezuela debía alternarse set a set, así que me bajé de la tarima para entrar al camerino, dispuesto a quitarme los aperos de charro, vestirme de civil y llevar el guitarrón hasta el carro, dado que la actuación había finalizado por aquella noche y no tenía mayor ánimo de seguir montado en un escenario dándomelas de Vicente Fernández. De pronto, al entrar al camerino me encuentro a Esteban Del Llano, arpista cuyas manos dibujaban pajarillos y chipolas mediante una reluciente arpa florida. Esteban, llanero cojedeño, presentaba un rostro de preocupación el cual se acentuaba cada vez que se le recordaba que en 10 minutos debía subirse a escena. Por un momento, pensé que era un asunto producto del miedo escénico, pero en el caso de Esteban era otra la razón: El encargado de batir los capachos se había jubilado y por su ausencia brillaba. Le pregunté sobre cómo iba a hacer para resolver la presentación, a lo que me respondió luego de una prolongada pausa “El maraquero siempre llega, tarde, pero llega”. Nos pusimos a conversar sobre música, sobre los tigres que se matan noche tras noche, sobre los ensayos y la dificultad de mantener una agrupación musical. Los minutos iban pasando y la conversación aumentaba su riqueza, aunque en la cara de Esteban seguía marcada la preocupación de no contar con uno de los suyos. La hora pautada había llegado, los Hermanos Del Llano debían irse a escena y la conversación amena llegaba a su fin, mientras que Esteban marcaba el teléfono del maraquero desde su celular en un último intento por encontrar a uno de sus músicos. El desespero comenzaba a aparecer en los gestos de Esteban, quien no sabía como resolver aquel problema de tener un conjunto de música recia sin maracas. De pronto, Esteban gritaba hacia el lateral de la tarima “¿Charro, para dónde vas?” Le indicaba que me iba directo a casa ya que estaba agotado y, para colmo, aun no me había quitado mi traje negro de charro. Sin embargo, las intenciones de Esteban eran otras, ya que me invitaba a que me detuviese un momento, quizás para que pudiese escucharlos sonar sin maracas, aunque al final no fue así, ya que Esteban estaba anunciando por el micrófono sobre el nuevo maraquero del conjunto. Miré hacia los lados como buscando al nuevo músico del conjunto, pero nada que veía movimiento de gente intentando subir a la tarima, mucho menos algún colega. Volví a mirar a Estaban, quien me dice en tono regañón “Apúrate, coño, que vamos tarde” La noticia fue una sorpresa en letras mayúsculas. ¿Vestido de charro, con mi traje bordado en plata, de pantalón pegado y sombrero con chapetas de latón, montado en la tarima batiendo las maracas? Por un momento pensé en rehusarme, pero entre músicos la solidaridad existe. Además, quizás hasta podría considerarse una novedad ser un charro llanero. Subí a la tarima luego de ser presentado el conjunto de Los Hermanos Del Llano, auténticos y vernáculos exponentes del folklore nacional quienes, como atracción especial de la noche, tenían al charro maraquero. Así, en una noche de esas en que las cosas parecen caer presas de la rutina, hice mi viaje musical desde Jalisco hasta el Cajón del Arauca, de la trompeta al arpa, de José Alfredo a Juan de los Santos. Allí estaba, el charro llanero, personaje simpático que mató un tigre esa noche, y lo sigue matando cada vez que puede.
2 Comments:
Felicitaciones por este articulo, expresa de una manera clara y concisa la importancia de este tema
De Acuerdo Compadre
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