miércoles, julio 05, 2006

¡Maliachis chinos bien finos!

“Original Mexican Mariachis, Live!”. Decía el cartel de la entrada.

Los hermanos Chang se sintieron tentados y entraron. Llevaban tres semanas de fútbol intensivo en Alemania, comiendo salchichas con repollo agrio y tomando cerveza tipo Munich, así que no les venía mal cambiar hoy el menú por tacos y tequila.

Les extrañó, eso sí, que ofrecieran auténticos mariachis mexicanos en un bar de los suburbios de Dortmund, cuando México había sido eliminado del mundial hacía ya varios días, y desde entonces se había esfumado de suelo germano todo descendiente de azteca y sus sombreros, sus ropas de charro, sus guitarrones, sus banderas del tri, todo. Sin embargo, por lo visto, quedaba aún este refugio.

Se sentaron en la barra. Pidieron tacos y tequila. No les entendieron. Repitieron que tacos y tequilas, para dos –así con los dedos-. El cabeza rapada que hacía de barman les explicó, ya perdiendo la paciencia, que no había ni tequilas ni tacos ni tortillas, que lo único que había eran salchichas, repollo agrio y cerveza caliente. Los hermanos Chang no entendieron nada, pero dijeron que sí. Se enteraron cuando les pusieron enfrente dos platos humeantes y dos cervezas tibias, igualito que en los últimos veintitantos días.

Sobre el escenario, al fondo, se alinearon los mariachis. Vestían de charros. Bueno, más o menos, porque estaban combinados con chaquetas de cuero y con botas hasta la rodilla de punta metálica. Medían cerca de 2 metros, tenían hasta las pestañas rubias de lo catires que eran, los ojos azulísimos o verdísimos, la piel casi transparente de tan blanca, las cabezas rapaditas debajo de los sombreros. El que cantaba tenía una esvástica tatuada en el cuello que se le hinchaba sobre la yugular cada vez que coreaba: “NO TENGO TRRONA NI RREINO, NI NADIE QUE COMPRRENDA, PERO SIGO SIENDO FÜHRER”

-Maliachi alemán, muy mal – dijo uno de los hermanos Chang .
-Maliachi alemán, fatal – respondió el segundo.

Sorbieron un trago de cerveza, siguieron autoflagelándose durante un estribillo más y de pronto, sin ponerse de acuerdo, voltearon para verse mutuamente los bigotes de espuma, intercambiaron una mirada de ojos radiantes con destello cómplice:

-¡Maliachi chino selía bien fino! – exclamaron al unísono.

Salieron del bar sin acordarse de pagar. Buscaron un teléfono público y nos llamaron -por cobrar- a la pantaletería. Que cerráramos el negocio, que liquidáramos la mercancía, que cambiáramos toda la ropa interior femenina por trajes de meros machos mexicanos. A nosotros nos cayó como un baldazo helado la llamada. Nos tomó de sorpresa en el negocio viendo el resumen del mundial, allá al fondo, en pantalla gigante. Además, cuando sonó el teléfono, estábamos a punto de convencer a las hermanas Chang de que antes de vender la mercancía tenían que probársela a ver qué tal y que nosotros íbamos a ser como los jueces: “Ésta sí. Ésta no. Ésta se la tienen que poner otra vez y dar otra vueltita. Vamos a combinar la parte de arriba de ésta con la parte de abajo de aquella. Ahora tú, igualita, pero con la cosa al revés”. Y las hermanas Chang estaban contentas y risueñas, cerrando las persianas, desabrochándose los pantaloncitos, a punto de empezar el desfile…

Cumplimos las órdenes al pie de la letra: “Mundial telmina y ya nuevo negocio camina”, fue la instrucción. Y comenzamos a reclutar gente porque a nosotros esto de la música, entre otras tantas cosas, tampoco se nos da. Terminamos armando un bandón que ni el Mariachi Jalisciense: se apareció Enrique Enríquez con un guitarrón fantasma, Roberto Echeto puso los trajes de charro –machos machos, aunque de color melocotón-, Kira Kariakin nos dijo: “yo canto con Juanga” y Adriana Bertorelli “yo le entro a las letras y los amores rotos”. Sergio Márquez se sacó una trompeta golpeada por los malos tratos, Joaquín Ortega un violín peruano-mexicano-cubano, José Javier Rojas se ingenió una letra de altos vuelos, Carlos Zerpa se apareció con un cantinero, William Benshimol dijo: “yo pongo los sombreros y una charra bien poderosa”. Nelson Garrido se ofreció como asesor de imagen. Al Fósforo Sequera le dejamos los arreglos musicales. Ramón Salazar dejó sus negocios callejeros para echarnos una mano y Juan Zamora nos trajo su charro vestido de trompa de elefante. Y nosotros al final dijimos: “Bueno, será que nos toca hacer los coros”.

Les damos la bienvenida al Mariachi Los Hermanos Chang, el terror de los mariachis, el que le garantiza el final de la fiesta, el único que Usted no contrata sino que nos aparecemos de improviso y lo serenateamos hasta que alguien caiga fulminado o hasta perder las voces –que nunca tuvimos-, el único en el que Usted puede cantar, tocar y probarse los sombreros mientras nosotros lloramos y nos tomamos el tequila.

Salud,

Fedosy Santaella y José Urriola, coristas (ah, claro, y testaferros)

lunes, julio 03, 2006

Dime cuándo tú

Kira Kariakin

Queridaaaaaaa!!!
El sollozo se le convirtió en una convulsión y casi choca cuando Juan Gabriel atacó las notas más altas. Cada vez que el corazón se le reventaba por culpa de Ildegardo, Juan Gabriel salía al auxilio para drenar el sufrimiento y luego transformarlo en esa rabia útil que la hacía ver las cosas más fríamente. No era fácil manejar en ese estado de dolor, pero tenía que dar vueltas para calmarse antes de llegar a la casa. No todo el mundo sabía de las sinvergüenzuras del Ildegardo. Él, con su carita de yo no fui, vivía tratando de meterse entre las piernas de toda carajita; y ella, resignada, se lo calaba.

Cada momento de mi vida, yo pienso en ti más cada díaaaaa!

¿Por qué Ildegardo la trataba así? Ella siempre había sido, no sólo buena esposa sino su cómplice para los tejemanejes en el partido, para las campañas, era hábil para lidiar con los compañeros y sus intrigas, y eso lo había ayudado. Pero ahora que estaba de segundo en la gobernación andaba desatado. No tenía ni la decencia de pagar sus escapadas en efectivo. Veía los nombres de los moteles como una bofetada en los recibos de las tarjetas. Lo confrontaba y él se hacía el loco. Ella se descobraba con unos buenos tarjetazos para borrarse la injuria de los recibos y no se mencionaba el asunto. La sola vez que decidió dejarle, no aguantó cuando se le apareció con los mariachis cantándole Querida, creyéndose completo el show que le montó. Y volvió para no dejarlo más, y aunque seguía en sus andadas siempre era discreto. Pero esta vez, esta vez…

Mira mi soledad…
Esa tarde había cancelado la cita en la peluquería para irse con Zuly a tomarse un café en ese sitio nuevo en Las Mercedes. Desde que Ildegardo estaba en la gobernación, se daba gustos como peluquearse cada semana, y para mantenerse en la pelea más de 3 cirugías le habían resuelto pequeñas arrugas y rollitos de autoestima, eso sin contar con el carro nuevo que le regaló en su cumpleaños… Pero nada más entrar al café y sentarse, lo vio en el rincón del fondo con una mujercita que podía ser su hija (porque mayor que Marianita no era), metiéndole en la boca un trozo de “Selva Negra” con esa cara de baboso que pone cuando anda con los quesos a millón. Le dio asco. Medio gordo, medio calvo, con su peor flús, y la niña con la boquita abierta recibiéndole el pedazo de torta. En segundos se pasó la película de su marido y la bichita en la cama con la boca golosa tragándoselo a él.

Mira mi soledad…
Ella era arrecha aunque no lo pareciera. Se resteaba con su vocecita en las reuniones del partido por Ildegardo y le había salvado la cara unas cuantas veces. Sabía que los compañeros resentían que ella fuera así porque sus mujeres, nada que ver, una cuerda de pendejas que no se metían en nada. Pero allí en el café, se quedó en blanco y casi se cae de la silla. Zuly la tenía a medio camino hacia la puerta cuando Ildegardo se dio cuenta, mientras la carajita seguía con la torta sin enterarse. Ilde la miró sin vergüenza, como ¿bueno, y qué? Zuleida la terminó de sacar de allí mientras le decía mil cosas que no entendía montándola en el carro. De repente, reaccionó y se arrancó dejando a la Zuly atrás a punto de abrir la puerta para montarse con ella.

Que no me sienta nada bieen!
Tuvo que pararse en el hombrillo de la autopista y poner las luces de seguridad. Abrió la ventanilla y vomitó. El retrovisor la devolvía con el maquillaje y las lágrimas embarrándole la cara. Ella era la pendeja. Se pasó una toallita húmeda, se empolvó, se reaplicó perfume para quitarse el mareo y llamó a Zuleida para disculparse por haberla dejado así, que la llamaba luego.

El “luego”, se convirtió en más de una semana en que sintió que podría ver a Zuly de nuevo. No podía aguantar el sentimiento de humillación. La Zuly se dedicó a contar el asunto y por lo visto tenía tiempo regando sus confidencias. La habían llamado para advertirle. La miró, ponderándola. Demasiada casualidad, haberse topado con Ildegardo y su percusia y que Zuleida le hubiera sugerido ir a ese sitio. Ahora la veía clarito. Pero no le iba a dar el gusto. Le mostró la mano vestida con el anillo de un zafiro azul rodeado de diamantitos montados en oro blanco, custodiando el de matrimonio. ¿Pero bueno, y con eso, lo perdonaste? Se quedó mirando el anillo nuevo y luego miró a Zuly. No, nada que ver. Ildegardo de verdad está arrepentido. El gobernador me echó una ayudadita hablando con él. Le dijo que había visitado al gobernador y también al presidente del partido y que ambos se comprometieron a ayudarla como amiga que era y en reconocimiento por todos los aportes que había hecho en la lucha por ganar el gobierno al lado de Ildegardo. Le dijo que ellos le recordaron a Ildegardo que él le debía demasiado a ella y que por encima de todo le debía respeto porque era la madre de sus hijos, y que tenía que hacerse perdonar y mantener a su familia unida como ejemplo dentro de las filas del partido. Que la gente estaba hablando de lo de sus indiscreciones y que sobre todo ahora, él tenía que estar a su lado, porque la iban a postular a la Asamblea como diputada por el estado. Que fuera a su casa a cuidarla porque mujeres como ella eran difíciles de conseguir. Que ellos entendían que él tuviera debilidades pero todo tenía un límite. Zuly le balbució desconcertada que entonces se alegraba por ella y se despidió al poco rato, dejándola sola.

Querida, hazlo por quién más quieras tú, yo quiero ver de nuevo luz, en toda mi casa
Claro que eso no fue lo que pasó. A Ildegardo le dijeron que si él no hubiera sido tan cómodo y dependiente de su esposa para las cosas del partido, ella no se hubiera enterado de lo que no debía y que si no estuviera entrometida todo el tiempo en su carrera no tendría los documentos de los negocios de la gobernación a buen resguardo. Se lo pusieron directo: o mantenía la bragueta cerrada o iba a terminar desgraciado porque su mujer con su cara de mosquita muerta iba a joderlos a todos, incluyéndolo a él. Y que se olvidara de las próximas elecciones, que la postulada a la Asamblea iba a ser ella, que esa era la condición que había puesto y que se lo iba a tener que calar si quería seguir teniendo alguna vida política porque ella los tenía a todos prensados por las bolas. Por último, son órdenes de arriba, le dijeron. Y así, derrotado, Ildegardo se lo contó. Le dio el anillo, mirándola raro, y no le reclamó nada. Ella le respondió preguntándole qué quería para cenar.

Oh, Oh, Querida!...
Y por supuesto, no habían sido ese anillo, ni los viajecitos, ni participar discretamente de los manejos de poder en el partido, ni siquiera el estatus político y social que con los años había ganado del lado de Ildegardo, los que la motivaron a hacer lo que hizo. Había querido a Ildegardo, era el padre de sus hijos, pero ahora lo quería como se quiere a un perro para patearlo. Se le presentó chiquitico cuando volvió a la casa cuatro días después del papelón que la hizo sufrir, apaleado por la reunión en la sede del partido. La jodida que él le había aplicado a ella toda la vida había sido demasiada y ahora se la estaba cobrando. Tanto sacrificio para que siempre terminara revolcándose con otra. No le habían servido de nada los estirones, las tetas nuevas, ni la última lipo. Ildegardo como si nada. Lo del café había sido la gota extra.

Esa cosa de la rutina que da miedo romper, la seguridad de lo predecible, lo de la costumbre más fuerte que el amor, eran parte de la atadura que la había mantenido con Ildegardo. Y ahora que tenía la certeza de que su vida continuaría siendo un íntimo y permanente despecho, no le quedaba otra alternativa que capitalizarlo. La rabia ya no era efervescente y esporádica, sino oscura y densa. Permanente.

Dime cuándo tú, dime cuánd...
Y con ese pensamiento, dio un último suspiro de nostalgia, apagó la música, sacó el CD de Juan Gabriel y lo partió en dos. Se sentó delante de su laptop nueva a pulir la estrategia para la campaña a la Asamblea. El asesor asignado por el partido estaba esperando por el documento. Se iban a encontrar en la tarde en el mismo café en Las Mercedes… Nada mal, ese culito.

¿Cuánto le debo cantinero?

Carlos ZZ Zerpa

¿Cuánto le debo cantinero?...
Son cien pesos joven...
¡¡Ja!!! Me encanta que me digan joven... bueno son cien pesos, pero al menos me llevo una buena historia para escribir en mi cuarto de hotel. Estoy en el bar “Isabel La Católica”, en pleno centro histórico y a pocas cuadras del Zócalo, en este bar de mala muerte y de muerte lenta, tomándome una chéla fría, una Victoria acompañada de un Tequila Sauza Hornitos, a la manera Tex Mex.

Este lugar está lleno de vaqueros, parece que estuviera en la frontera con Texas, en Tijuana o en Tecate, pero estoy en el mero DF... la barra del bar es de fórmica verde imitando mármol, las paredes atiborradas de fotos de artistas Mexicanos, fotos de: Jorge Negrete, Cuco Sánchez, Pedro Infante, Tin Tan y Agustín Lara, este bar, lleno de hombres con sombreros ala ancha y botas de piel de serpiente cascabel, todos serios y con bigote, todos con la vista fija en la televisión mirando el fútbol. Para mi tan solo son un equipo con uniforme azul y otro con uniforme amarillo, pero para sobrevivir en este sitio, me mimetizo, me fijo que todos van a los de camisa amarilla y yo... pues también... ¡métele un gol changuito, pendejo de mi vida, amor de mi vida, pendejo de mi amor!!!!

Me tomo mi Tequila con mi cerveza fría, que llega con cacahuates y papas fritas, bebo la cerveza directo de la botella sin usar el vaso, así directo del casco cuate, de la punta, del pico, como nos las tomamos todos en la barra... el de al lado no toma chelas, ese toma cubas, ya anda muy cuete tomando coca cola con ron Jamaiquino y ya no puede ni beber... ¡chiiiiin!!!

Casi un gol, pero el arquero de amarillo la desvía y la saca fuera del arco, todos brindan y yo también, aquí todos se conocen, toman Tequila, ron blanco, cervezas o cubas, llegan unos mariachis y cantan: “Que bonitos ojos tienes, debajo de esas dos cejas, debajo de esas dos cejas, que bonitos ojos tienes...” llega mi segunda Tequila Hornitos 100% agave y mi segunda Victoria bien fría, todos brindan y yo también, llega una pareja de Alemanes con su diccionario y se sientan en una mesita a tomar cerveza, yo ando solo, me llamo Mr. Solo, ¿pero donde están mis amigos Mexicanos? ¿Dónde está el Luis Motta, el Joe Rocker, la Olga Margarita, el Santiago, la Milena, la Julen, el Jorge Lesc, la Maris, Victor Muñoz, Xavier Bermudez, la Ruiz....donde coño están?

Solo hay tres mujeres en este bar, las tres usan suéteres grises con un zipper hasta el cuello, toman también cerveza directo de la botella, se besan con algunos y se abrazan con otros, me doy cuenta que las tres usan pantalones gruesos de algodón color azul marino, que usan botas negras, altas de cuero y trenzadas, me doy cuenta que las tres son policías.

En la pared y al lado del televisor hay una imagen de la Virgen de Guadalupe, en brillantina, lentejuelas y con luz de neón, los Mariachis cantan “El Rey”... “Una piedra en el camino, me enseñó que mi destino, era rodar y rodar, rodar y rodar, rodar y rodar...” yo pago la cuenta, me siento como una piedra rodante, like a rolling stone, ¡coño cien pesos!!!!! Salgo a la calle y me voy al hotel, la noche está fresca, en verdad hace frío, me gusta el frío, me protege mi black lether jacket, ¿dónde chingao está mi cuate Jorge Lescale? De seguro vestido como el Zorro, con su capa y su espada, cabalgando la noche, ¿por qué chingao tengo que escuchar a esos Mariachis y no a Frank Zappa? Justo hoy que me he comprado el doble CD “Guitar”... y no tengo en mi cuarto donde escucharlo, en la pared justo antes de entrar al hotel veo un dibujo de un conejito blanco que sentado lee un libro titulado “Toñito”.

Llego al cuarto, me doy un baño de agua tibia, me dispongo a escribir esta historia, me tiro en la cama a escribir esta historia... mañana será otro día… puta madre tengo pronto que cómprame una lap top y un CD player portátil…

Fotografías de mi obra aquí
http://www.flickr.com/photos/zappazerpa

Fotos y videos de mis Performances aquí
http://carloszerpa.multiply.com

Lo que escribo aquí
http://carloszerpa.blogspot.com

De los mariachis de ayer y de los que hay

Joaquín Ortega

La primera experiencia que tuve con los mariachis fue un poco distinta a la que tiene el común de la gente: -no, no me gozaron mal pensados- los descubrí ensayando una tarde cualquiera en medio de la sala de un apartamento alquilado. Los carajos estaban en shorts de polyester, todos con las canillas idénticas a las de Don Ramón y uniformados con franelas que decían “Venezuela un País para Querer”.

Mientras tocaban sus instrumentos hacían diminutos malabares con palillos de dientes que atravesaban chiles picantes y queso de bola suizo –comprado en Margarita- picado en trozos. El único líquido que bañaba sus gargantas -a las 4 y 30 de la tarde, madrugada para ellos me imagino- se escanciaba a partes iguales desde incontables y generosas botellas marrones de cerveza Zulia... tan inmensas como las alas desplegadas del águila nietzcheana de su etiqueta.

Para hacer la cosa menos inolvidable, el ensayo cuasi circense se volvía surrealista cuando entraba Roberto Campa -el único músico reconocido en el libro guinnes de records, en tocar dos trompetas al mismo tiempo- acompañado de un enano -vestido de traje safari- y encargado de traer sus sombreros y chamarras, ayudado de una oscura carretilla que él mismo empujaba, no sin liliputiense dificultad.

Eran finales de los setenta, los días del último respirito del Estado Bienestar y en un local en Las Mercedes -en frente de la actual Plaza Alfredo Sadel- resplandecía una marquesina imponente que rezaba “Los Piruleros”. Por cierto, el último nombre que recuerdo le dieron a ese espacio fue “Alcatraz” y me sentí preso de mis recuerdos con la melodía de la pulga y el piojo diciéndome: “¡corre y no veas para atrás mujer de Lot!”.

Para ese entonces el repertorio de los charros era de ¡charros de verdad!: canciones tradicionales, éxitos de José Alfredo Jiménez y del indio Fernández. Los habitués hacían sus peticiones así: “la canción que cantó Pedro Infante en tal película”...la que le cantó Jorge Negrete a la muérgana de María Felix en tal otra”.

Fíjense, un dato curioso y de respeto: jamás se escuchaba un bolero en ritmo de ranchera ¡ni siquiera los de Javier Solís!. Lo más popular era Jarabe Tapatío, luego el tío borracho pediría la “carta a Eufemia”, porque “así igualito hablaba el abuelo de Zaraza”.

Juan Gabriel no había cruzado la frontera –en realidad ninguna frontera, si saben a lo que me refiero – sólo entonaba baladas seudo pop y se vestía como modelo de cuña de Belmont Extra Suave. Beatriz Adriana ni pensaba aparecer y todavía no se había intoxicado el repertorio mariachi de “amor eterno” –disponible ya todos los domingos en “versión misa”- o de la “Escaleras al Cielo Azteca”, estoy hablando de la muy popular “Hasta que te Conocí” y sus cuarenta minutos de sección instrumental.

Hasta el año 80 creo que Caracas disfrutó de mariachis realmente mexicanos, incluso Carlos Villagrán se nacionalizó venezolano y se vivió toda una fiesta nacional desde RCTV. Luego vendría el viernes negro en el 83 y creo que hasta ahí llegó la aventura neogentilicia de Federrrico o Kiko botones.

Ya sea porque se inició el éxodo de los mariachis a su patria o a los “trabajos de verdad” -esos que le piden todas las mujeres casadas a sus mariditos músicos- la realidad se impuso y se nos fueron los originales charros, y al igual que unos animales antediluvianos, los mariachis mexicanos se extinguieron. Quedarían en su lugar copycats colombianos, quienes luego cederían su espacio –el universo aborrece el vacío dicen los aristotélicos- a los nuevos machos de la canción, en este caso tomaron la antorcha los machu pichus del lamento y la alegría.

Hoy por hoy, a éstas subespecies musicales les tocará convivir con una venezolanidad circundada por enemigos
externos e internos -feroces y a la vez cobardes- quienes se aprovechan de la eterna viveza-bondad criolla. Cuando se sacien de vegetar ante la rapiña erótica, de los que hoy manejan el botín de guerra, me avisan para contarles otras cosillas.

Así, que antes de que se me colapse el hígado ante la indignación, abandono estas notas al viento para dejarles una lista magra de criterios que distinguen -o emparentan- a los mariachis colombianos y a los peruanos, y por si acaso repito, ya que la GENTE ES BURDA DE PICADA: ¡TODO ES EN BROMA NADA ES EN SERIO!

Criterios dispersos para distinguir a un mariachi peruano de uno colombiano:

• Los mariachis peruanos dicen que son de México, aunque no sepan pronunciar Quetzalcoatl.
• Los mariachis colombianos dicen que son de Rubio –aunque ahora está de moda decir que nacieron en
Barinas-
• Los mariachis peruanos compran sus trajes en las rebajas de carnaval de Korda modas y se las heredan a
sus hijos -quienes pueden usarlos desde los 12 hasta los 55 años si no engordan-
• Los trajes de los mariachis colombianos tienen los agujeros de bala del dueño anterior, debido a que un sicario les vendió el traje.
• Un mariachi peruano siempre tiene el teléfono de unas putas feas, malas y baratas.
• Un mariachi colombiano tiene el teléfono que le quitó a coñazos a una puta bonita, buena y cara.
• Un mariachi colombiano destapa cañerías o arregla la nevera entre un set y otro.
• Un mariachi peruano te arregla la computadora y te instala ahí mismito una quemadora de cidís que lleva dentro del guitarrón.
• Si hubiese un mariachi cubano, probablemente ellos serían las putas.
• Los mariachis colombianos se cambian de ropa adentro del carro.
• Los mariachis peruanos se cambian de ropa adentro de un puesto de buhonero.
• Los mariachis colombianos se llaman “currucucúcuta”, “arroz con coca”, “pericomo me gustan las rancheras” o ”allá en el narco grande”.
• Los mariachis peruanos se llaman como las panaderías de Caracas “sol de algo”...”Flor de tal cosa”...
• Las tarjetas de presentación de los mariachis colombianos tienen la calidad de un cheque de la reserva federal norteamericana.
• Las tarjetas de presentación de los mariachis peruanos son de cartulina con un sello arriba que tiene el teléfono, o te dan tarjetas dibujadas y repujadas por las hijas como una tarea ficticia para el colegio.
• Los mariachis peruanos se reconocen por los chispeados de jojoto en la solapa y por el cilantro del ceviche entre los dientes. Por cierto, entre sí se llaman “inti grantes”, en lugar de integrantes, sus tarjetas electrónicas de banco son Apra-24 y tienen en su repertorio canciones de bandas como “Wladimiro y sus Montesinos”, “Alan García contra los Oligarcas” y hacen un remix en vivo del tema “Ollanta, Ollanta te dejaron en cuatro llantas”.
• Los mariachis colombianos se reconocen porque cuando les preguntas por un juego te dicen que el “juego quema mucho” y si les preguntas por el fuego, ellos te dicen que tienen un “fuego nuevo de comedor”.
• Los mariachis peruanos son lampiños y se ponen bigotes de tirro negro.
• Los mariachis colombianos usan corte pollina y tienen el mismo bigote desde la adolescencia.
• Los mariachis peruanos cuando tocan están pendientes de verle las filtraciones del techo y las paredes a la casa.
• Los mariachis colombianos contabilizan todo lo de valor de la sala, para así datear al primo y “tirar un quieto” en el próximo puente.
• Los mariachis peruanos cuando van por la calle y ven un locutorio se le tiran de pecho, rompiéndose hasta a la jeta.
• Los mariachis colombianos lloran frente a las tiendas de cerraduras y cajas fuertes.
• Los mariachis peruanos tienen dentro del bolsillo más de seis herramientas: una de plomero, una de electricista, una de dentista, un fórceps y un compás y una escuadra para pasar la noche en una logia si se les hace tarde.
• Los mariachis colombianos tienen en el bolsillo más de seis cédulas: tres compradas en Cúcuta, “tres golivar y anas”, dos hechas en un cyber café y otra pintada a mano por un primo artista que siempre expone en Francia.
• Los mariachis peruanos tienen una ruana debajo del traje.
• Los mariachis colombianos tienen un traje tuyo debajo de su traje.
• Un mariachi peruano puede arreglar un ascensor.
• Un mariachi colombiano se da unos toques en el ascensor –in the nose You know-
• Un mariachi peruano siempre está adelante con la planilla lista en la cola de conavi –grazie don sergio-
• Un mariachi colombiano le saca la fotocopia a la planilla de conavi.
• Un cubano y no mariachi, reparte la planilla de conavi.
• Los mariachis colombianos siempre tocan vestidos con un interior nuevo.
• Los mariachis peruanos tocan con un interior que se les chorrea hasta los ruedos.
• Un mariachi colombiano saca a bailar a tu jeva.
• Un mariachi peruano baila con el perro.
• De nuevo digo, que si hubiese un mariachi cubano, ]él querría ser tu jeva.
• Un mariachi peruano te toca un set más si le regalas una botella.
• Un mariachi colombiano te regala, con el set que le acabas de pagar, la botella que acaba de tumbarte.
• Para irnos en verso: Un mariachi colombiano te roba siempre algo... aunque se el corazón.
• Un mariachi peruano siempre te deja algo...aunque sea a tu perro una picazón.

Un charro del Arauca

Fósforo Sequera

Ya estaba por finalizar la actuación, acto que noche tras noche, salvo los domingos, se repetía haciéndose fastidioso, más cuando uno es el responsable del guitarrón. Siempre me pregunté por qué no escogí la trompeta, el violín o la guitarra, instrumentos mucho más livianos y fáciles de cargar que el responsable de las notas graves. Sin embargo, no debería quejarme, el voluminoso y pesado guitarrón me ha permitido codearme en diversas celebraciones que incluyen cumpleaños, bodas, quince años, aniversarios de casados, divorcios – sí, divorcios dije - inauguraciones de tiendas y presentaciones ocasionales en alguna verbena sabatina. Sin embargo, desde que fuimos contratados para tocar en el local “México y Venezuela de la mano”, noche a noche se repetía el mismo libreto, las mismas canciones que pareciesen salir debajo de las fotografías de Javier Solís que adornaban el local junto a las de Adilia Castillo. Allí, en medio de arpas, sobreros de charro, imágenes del Zócalo, arepas, tamales se daban un caluroso abrazo la cultura mexicana y la venezolana, mostrando que diversas culturas pueden coexistir sin hacerse daño alguno. Como les relataba, ya estaba por finalizar la actuación de nuestro mariachi “Jarocho Internacional”, aunque muchos de quienes lo conformábamos éramos oriundos de Venezuela y Colombia, contando como único mexicano a quien nos vendía los trajes. Así las cosas, temas como El Rey, La cama de piedra, Volver, Si nos dejan y Las mañanitas, entre tantos otros, nos hacían volar sobre Jalisco montados sobre sombreros pachuqueños con chapetas de lujo, evocando las inmortales voces de Jorge Negrete, José Alfredo Jiménez y Pedro Infante, recordando las botellas de tequila reposado ingeridas en noches donde la serenata es el vehículo más acertado para llegar a las fibras de la mujer que se ama. Nuestra actuación, repetida función de cada noche, llegaba a su fin, y así había que darle paso al conjunto de los Hermanos Del Llano, quienes debutaban esa noche como fieles exponentes de la música criolla al sonar del arpa, de la bandola llanera, el cuatro, las maracas y el bajo. Como pregonaba la filosofía de aquel local, la música de México y Venezuela debía alternarse set a set, así que me bajé de la tarima para entrar al camerino, dispuesto a quitarme los aperos de charro, vestirme de civil y llevar el guitarrón hasta el carro, dado que la actuación había finalizado por aquella noche y no tenía mayor ánimo de seguir montado en un escenario dándomelas de Vicente Fernández. De pronto, al entrar al camerino me encuentro a Esteban Del Llano, arpista cuyas manos dibujaban pajarillos y chipolas mediante una reluciente arpa florida. Esteban, llanero cojedeño, presentaba un rostro de preocupación el cual se acentuaba cada vez que se le recordaba que en 10 minutos debía subirse a escena. Por un momento, pensé que era un asunto producto del miedo escénico, pero en el caso de Esteban era otra la razón: El encargado de batir los capachos se había jubilado y por su ausencia brillaba. Le pregunté sobre cómo iba a hacer para resolver la presentación, a lo que me respondió luego de una prolongada pausa “El maraquero siempre llega, tarde, pero llega”. Nos pusimos a conversar sobre música, sobre los tigres que se matan noche tras noche, sobre los ensayos y la dificultad de mantener una agrupación musical. Los minutos iban pasando y la conversación aumentaba su riqueza, aunque en la cara de Esteban seguía marcada la preocupación de no contar con uno de los suyos. La hora pautada había llegado, los Hermanos Del Llano debían irse a escena y la conversación amena llegaba a su fin, mientras que Esteban marcaba el teléfono del maraquero desde su celular en un último intento por encontrar a uno de sus músicos. El desespero comenzaba a aparecer en los gestos de Esteban, quien no sabía como resolver aquel problema de tener un conjunto de música recia sin maracas. De pronto, Esteban gritaba hacia el lateral de la tarima “¿Charro, para dónde vas?” Le indicaba que me iba directo a casa ya que estaba agotado y, para colmo, aun no me había quitado mi traje negro de charro. Sin embargo, las intenciones de Esteban eran otras, ya que me invitaba a que me detuviese un momento, quizás para que pudiese escucharlos sonar sin maracas, aunque al final no fue así, ya que Esteban estaba anunciando por el micrófono sobre el nuevo maraquero del conjunto. Miré hacia los lados como buscando al nuevo músico del conjunto, pero nada que veía movimiento de gente intentando subir a la tarima, mucho menos algún colega. Volví a mirar a Estaban, quien me dice en tono regañón “Apúrate, coño, que vamos tarde” La noticia fue una sorpresa en letras mayúsculas. ¿Vestido de charro, con mi traje bordado en plata, de pantalón pegado y sombrero con chapetas de latón, montado en la tarima batiendo las maracas? Por un momento pensé en rehusarme, pero entre músicos la solidaridad existe. Además, quizás hasta podría considerarse una novedad ser un charro llanero. Subí a la tarima luego de ser presentado el conjunto de Los Hermanos Del Llano, auténticos y vernáculos exponentes del folklore nacional quienes, como atracción especial de la noche, tenían al charro maraquero. Así, en una noche de esas en que las cosas parecen caer presas de la rutina, hice mi viaje musical desde Jalisco hasta el Cajón del Arauca, de la trompeta al arpa, de José Alfredo a Juan de los Santos. Allí estaba, el charro llanero, personaje simpático que mató un tigre esa noche, y lo sigue matando cada vez que puede.

Domingo amaneciendo

Roberto Echeto

La sábana revuelta cubría casi todo el cuerpo dormido de Mayo. Ella respiraba como arrullada por una canción íntima que nadie más se sabía. A sus pies Máximo era puro ronquido, puro furor de perro que sueña con un hueso, con una pelota, con una felicidad sólo conocida por los perros de aquí y de todas partes.

Con la cobija moldeándole la existencia, Mayo fue emergiendo de su sueño abismal. La luz del alba cambió el color del cielo, el tamaño de las nubes y el rumor de las cosas... La vida entera cambió su halo a noche por una mañana de rocío. Afuera los pájaros volaban en bandadas cantoras capaces de traer a la vigilia al más dormido. Mayo salió del sueño, cobró conciencia de sí misma y se dijo lo que todas las mañanas se decía: una cama es una máquina que permite el paso de un día a otro día; un artefacto que te transporta de este mundo a otro mundo, a un mundo que puede ser el del sueño o el de la muerte... Cuando Mayo terminó de rumiar en su conciencia semejante pensamiento, oyó algo raro. No era el típico ruido mañanero de todos los días. Era otra cosa que sonaba a felicidad, a felicidad ajena, a felicidad de otros, a felicidad de los vecinos que viven en la casa de al lado y que son un par de médicos oftalmólogos que se quieren mucho. Mayo sabía muy bien a qué sonaba el amor alegre porque hacía rato que no lo oía en su vida... Entonces hizo un grave esfuerzo, se envolvió lo mejor que pudo entre las sábanas y las cobijas de su cama mullida y se paró frente a la ventana. Ni siquiera los tres o cuatro estornudos que pasmaron su cuerpo y su nariz le impidieron lanzar un grito de sorpresa ante lo que sus vieron sus ojos. En el jardín de su vecino Sereno había algo raro, algo que no cuadraba. Mayo corrió un poco el vidrio para darle voz definitiva al prodigio que sin ninguna vergüenza estaba fisgoneando. Era un poderoso cuarteto de mariachis que Sereno le había traído a su novio Camilo a las cinco y media de la mañana.

Los mariachis comenzaron a pulsar las cuerdas de los guitarrones, las válvulas de las trompetas y la fuerza de los vozarrones que a coro cantaban:

«Yo sé bien que estoy afuera,
pero el día en que yo me muera,
sé que tendrás que llorar...»

Y Mayo no hacía sino reírse al susurrar el coro de la vieja canción inmortalizada por don Pedro Vargas.

Mayo se reía pensando que, sin saberlo, aquellos mariachis le cantaban una ranchera a un hombre que vivía una vida conyugal con otro hombre, y semejante situación nunca había aparecido en ninguna película del cine clásico mexicano.

A partir de ese pequeño aserto, Mayo intuyó lo que pasaría más tarde... Por eso entró al baño, se cepilló los dientes y se puso algo medianamente apropiado para salir a la calle.

Afuera y en su propio jardín, Sereno sonreía feliz de la vida cantando junto al mariachi. De El Rey pasaron a La Paloma; de La Paloma pasaron a Volver; y de Volver a Las Mañanitas. Cuando concluyeron esa canción típica de cumpleaños y de enamorados pajizos, Camilo salió a la puerta de la casa a abrazar y besar a su amado... Más vale que no... Cuando los mariachis vieron que la serenata era de un hombre para otro hombre, se molestaron.

―¡Ay, compadre! Aquí se corrió la arruga... Esto sí que no lo hacemos nosotros ―dijo el mariachi del guitarrón. Era un gordo viejo y entero que dejaba traslucir vigor y salud en cada una de sus palabras.
―Vamonós pa’ que llamen a Juan Gabriel ―replicó el flaco trompetista de bigotón platinado.
―¡Esta vaina es el colmo! Lo llaman a uno para enamorar pargos... ¡No joda, si esto sigue así, me encierro en mi casa y no toco más nunca! ―Exclamó el violinista que era un zagaletón lampiño y barrigón de ojos achinados.
―Las burlas están de más, ¿oyeron? ―Soltó Camilo con mal humor.
―Ayy, papi ―susurró un mariachi gordito que también traía su trompeta entre manos.
―Un momento, caballeros ―reclamó Sereno con sobriedad―. ¿Yo les pagué lo que me pidieron, no?
―Sí, amigo, pero esto no es normal...
―Yo pagué por mi serenata, y si a mí me da la gana de traerle una serenata al perro, eso es problema mío.
―No, compadre ―dijo el viejo del guitarrón―. Ud. se equivoca. Trayéndole serenatas a gente como usted y su amigo nos estamos jugando nuestro prestigio... Así que coja su lana y quédese con su caramelo.

Acto seguido el viejo puso su instrumento en la suave grama del jardín y sacó de su bolsillo un fajo de billetes enrollado con una liga de goma. Con firmeza se los tendió al pobre Sereno que miraba al mariachi con una mezcla de rabia y frustración.

―No, amigo, esa plata ya es suya. Ustedes tocaron mi serenata y ahora se me van.
―Mire, joven, no haga que me inflame porque la puede pasar muy mal. Agarre sus billetes y nosotros nos vamos por donde vinimos. Hágase de cuenta que usted puso un disco y se contentó con su socio. A nosotros no nos meta en sus líos... Vamonós, muchachos... Vamonós a tocar adonde se pueda.

Los cuatro mariachis salieron mirando las piedras y las hormigas. Los tres más jóvenes rezongaban frases de burla, pero no se atrevieron a decirlas en voz alta. Tal era la autoridad que emanaba del viejo guitarrón.

En la puerta de la casa de Sereno y Camilo estaban Mayo y Máximo. El perro olisqueaba rincones, levantaba la pata y soltaba chorritos de orine cada dos pasos.

―¿Qué pasó? ¿Se fueron? ―Preguntó la buena vecina que venía a darle ánimo a los dos oftalmólogos heridos.
―Se fueron ―dijo Camilo con despecho...
―Te los había traído por tu cumpleaños y para que te contentaras conmigo...
―Gracias... Pero ya me había contentado...
―Bueno, muchachos, yo me devuelvo a mi cama... Nos vemos más tarde.

Y cuando Mayo regresaba a su casa vio la camioneta de los mariachis alejarse por la calle todavía arrullada por las voces del amanecer.
(De Breviario galante)

Ando volando bajo

José Javier Rojas


Yo no nací pa' pobre
Me gusta todo lo bueno.
Y tú tendrás que quererme
O en la batalla me muero.
Pero esa boquita tuya
Me habrá de decir te quiero.


Tú y las nubes, José Alfredo Jiménez

Voy al grano. Sin anestesia. Sin discusión. Tal como me enteré yo. Compramos los contribuyentes venezolanos 24 cazas de penúltima generación SU-30. El SU-30 es un biplaza bimotor ruso de altísimo desempeño, desarrollado a partir de la plataforma del SU-27, y como éste en todas sus variantes, tiene el nombre Flanker en código de la OTAN. Es un caza polivalente pesado, que puede detectar y destruir simultáneamente múltiples objetivos en tierra, aire y superficie. Hay disponibles versiones navales, para ser lanzados desde portaviones. Algunas versiones pueden llevar en su carga útil de ocho toneladas no sólo armamento convencional, sino cabezas nucleares, en cualquier tipo de clima, tan lejos como tres mil kilómetros, sin necesidad de reaprovisionarse de combustible en pleno vuelo. Con una recarga de combustible, la autonomía alcanza más de cinco mil kilómetros. Las versiones que han sido exportadas a China y a la India, habituales compradores de los proveedores rusos, tienen la capacidad adicional de orientar vectorialmente la salida de la propulsión de los motores, lo que le da una maniobrabilidad acrobática en combate cerrado semejante a la de un caza ligero.

Es un "sistema de armas" letal e imponente, comparable con el avión estrella de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, el F-15 E, que es un caza de "superioridad aérea" que ha dominado los cielos del mundo desde finales del siglo pasado y lo que va de este. Con un costo considerablemente menor al Typhoon Eurofighter y al francés Rafale, de prestaciones similares, no depende de la aprobación de venta de los Estados Unidos, porque sus componentes, sobre todo la aviónica que hace detectar los blancos, guiar las armas propias y evadir la detección y las armas de los demás, son desarrollados sin tecnología estadounidense. Estos son los hechos duros y puros, sin otro contexto que el de los libros de texto y manuales de armas de dominio público.

El SU-30 es un gran avión, que viene a reemplazar a otro gran avión, el F-16. Pero no sólo a la plataforma del F-16, sino prácticamente a todo el parque de ala fija de combate del componente Fuerza Aérea de Venezuela, aquejado todo él por el nuevo estado de las cosas y la nueva doctrina que ha hecho de nuestro antiguo aliado privilegiado nuestro nuevo enemigo potencial a confrontar. Es un avión con una gran capacidad de disuasión, que es para lo único que deben ser usadas las armas, al menos entre quienes de verdad entienden de la destrucción que ellas pueden cernir sobre la gente, inocente o no. La diplomacia es la continuación de la guerra por otros medios. Seremos pacifistas pero no ilusos. El hombre es el lobo del hombre.

Esta compra va a servir para que los Typhoon, Rafale y los suecos Gripen, que en otra circunstancia geopolítica menos conflictiva hubieran sido la mejor compra, porque son más baratos y de mantenimiento más económico que los SU-30, se vendan a manos llenas entre nuestros vecinos, alarmados porque aquí nos armamos con semejante fiera.

Esta carrera de testosterona, de medir longitudes de miembros viriles y ver quién escupe más lejos, va a darle pingües ganancias a la ávida industria armamentista, que vende muerte y desolación a cómodos plazos para todos los bolsillos. Fortunas gastadas y por gastarse en nuestro pobre continente en patriotismo, la virtud de los malvados, según Oscar Wilde. Para nada, porque los F-22 y los F-35 que van a sustituir a los F-16, F-18 y F-15 de la USAF, en un par de años parecen diseñados para la lucha interplanetaria. El congreso americano dice que gastarse esos cobres en esas naves multimillonarias es exagerado en estos tiempos de guerra asimétrica, pero ya lo ven, los entrañables compadres se ayudan en la partida de dominó militar.

Parece que se odian, pero se aman, porque obras son amores. Ellos son machos y se entienden, no se pisan las mangueras y tigre no come tigre. Vamos a cantar con tequila y mescal esta ranchera, a ver si entendemos este mundo de hombres. Dale, James Brown.

Terrorista psíquico

Enrique Enríquez

"La cama de piedra...", dijo el hombre poniendo su mano sobre mi hombro. Apareció de la nada, mientras yo tomaba café acá en la esquina. Era un anciano enjuto. Un extraño al que nunca había visto. (No sé lo que significa la palabra "enjuto", pero Uslar Pietri la usaba mucho, y como esta es una página literaria, me parece que queda bien). Me le quedé viendo porque, en efecto, "La cama de piedra" tenía tres días sin dejarme dormir. No me refiero a que mi cama sea de piedra; aunque es un maldito futón que haría llorar a Conan el Bárbaro de lo duro. (Por cierto, si alguno de ustedes duerme en un futón, y tiene niños, jamás los deje orinarse en la cama. Un futón mojado se transforma de inmediato en un Tampax gigante. Ahí les dejo esa bella imagen, para que la compartan con un ser querido).

Como les digo, la cama de piedra tenía tres días sin dejarme dormir. En medio de la noche, de la nada, los trompetazos frenéticos de unos mariachis fantasma me despertaban con "¡De pieeedraaa haaa de seeer la caaamaaaaaa, de pieedraaaaaa la caaabeeeceeeeeeraaaaaaaa, la muuujeeeer que a mi me quieeeraaaaaaaaaa!!!" Los malditos mariachis se quedaban allí, con su violín (sí, los fantasmas también sudan), sus trompetas, su guitarra y guitarrón, serenatéandome hasta hacerme perder el sueño. Como nunca he tendido suerte con los "guías espirituales", supuse que en vez de tener como ángel de la guarda a uno de esos elegantes actores alemanes que pone Wim Wender en "El cielo sobre Berlín", yo tenía cuatro charros que velaban sobre mi hombro, o más bien, me dejaban en vela. ¿Que podría ser más pavoso?

La búsqueda de mis guías espirituales ha sido siempre infortunada. Primero fue la sirena. Una sirenita joven, como de 8 años de edad, que se me quedó mirando en Camurí Chico, y al acercarse a mi, me dijo: "Mi mamá dice que tú no existes", para luego salpicarme de agua salada y perderse para siempre. Yo me quedé mirando al mar como Alfonsina, y grité al viento: "¡Ojalá te agarre la marea roja, perra!", pero sé que la sirenita no escuchó. Luego fue el gnomo. Un duende con barba blanca, gorrita roja, y todo, que me llamó sospechosamente desde detrás de un árbol en Central Park. Yo me acerqué feliz, pensando en todo lo que iba a hacer con mi olla de oro, y el maldito gnomo lo que me ofreció fueron drogas... Le entré a golpes, y ahora estoy vetado por la LPA ( http://www.lpaonline.org/). Pero cuando de verdad tiré la toalla fue la noche en que abrí los ojos sospechando una presencia, y encontré en la pata de mi cama a una anciana india y un lobo blanco, mirándome. Cuando le pregunté "¿eres tú mi maestra? ¿mi guía espiritual?" La vieja me dijo "No. Ando buscando el baño". Se me ocurrió preguntarle si los muertos orinaban y contestó sin mirarme: "Aún no estás listo para comprender el Universo". La maldita vieja se pasó hasta las tres de la mañana dándole al lobo gárgaras de Listerine, el anticéptico bucal preferido en el Más Allá.

Con este prontuario espiritual, me pareció lógico pensar que estos mariachis eran mis ángeles guardianes, y decidí dirigirme a Dios con la única oración que me inspiraron los curas del bachillerato: "Dios, si de verdad estás allá arrriba, eres un sádico miserable. Amén".

Tres días llevaban los mariachis importunándome por las noches, cuando el viejo vino y me dijo: "La cama de piedra..." Tras esta críptica introducción, me explicó brevemente que él era un terrorista psíquico; y que había estado mandándome esos mariachis para probarme su poder. Describió con lujo de detalles mi casa, mi cuarto, y el repertorio completo de estos mariachis quienes, todo hay que decirlo, siempre tuvieron la decencia de decirme que no me preocupase por la propina. Confieso que me impresionó, porque el viejo logró rebasar la contra espiritual que siempre uso: cuando temo que alguien pueda leerme la mente, me concentro en un bajorrelieve en oro de Carlos Andrés Pérez que una vez vi en el baño de una pareja de gays amigos míos que vivían en La Castellana. Esta imagen satánica enloquece a los telépatas mediocres, pero este viejo era bueno de verdad.

El viejo me explicó que su interés no era torturarme. Eso lo hacía por placer. Su verdadero objetivo era reclutarme y convertirme en terrorista psíquico a mi también. Me preguntó si estaba interesado, y yo le demandé una prueba más. Le dije que si él lograba enviar esa noche a mi casa a mi mariachi favorito, yo aceptaría convertirme en terrorista psíquico, siempre y cuando eso incluyese seguro dental. Estaba convencido de haberle pedido al viejo un imposible, porque mi mariachi favorito es un caballo pinto que hacía de compadre de Luis Aguilar en una película mexicana, donde Aguilar doblaba mientras el caballo, con su potente voz, cantaba como Luis Aguilar. (Noten qué enrevesada es esta última oración. Es una pequeña trampa epistemológica que le tendí al viejo, y ahora les tiendo a ustedes. No se preocupen por entenderla, a menos que hayan conseguido un PHD en Salamanca, o un VPH en Río de Janeiro).

¿Cómo podría el viejo adivinar semejante cosa? Convencido de haberlo vencido, me dispuse a dormir esa noche como un lirón, pero en cambio, me la pasé en vela conversando con el caballo pinto, quien me contó con lujo de detalle sus aventuras eróticas en los estudios Churubusco de México. Confieso que nunca veré a Silvia Pinal con los mismos ojos...

A la mañana siguiente me encontré con el terrorista psíquico en el mismo café, y comenzó mi entrenamiento. "Lo primero que debes hacer, es meditar sobre el mismo problema que le puse a Castañeda". Estas palabras me emocionaron mucho, pues supuse que me encontraba en presencia del propio Don Juan, el brujo-chamán que Carlos Castañeda retrata en sus libros. Tristemente, el terrorista psíquico me explico que el Castañeda al que él se refería no era Carlos, el celebre autor, sino Joe Castañeda, un individuo gris al que ni ustedes ni yo conocemos, y al que no vale la pena mencionar.

"Lo primero que debes entender -continuó el terrorista psíquico- es que Rafaela Carrá y Sandro eran la misma persona. Acéptalo sin chistar, o nos vamos a pasar una semana entera hablando de física cuántica". Me pareció razonable. Primero, porque no tenía ganas de oírlo hablar de física cuántica. Segundo, porque después de todo Rafaela Carrá siempre tuvo una manzana de Adán demasiado prominente.

A lo largo de los meses siguientes el terrorista psíquico me guió a través de una serie de ejercicios cuya naturaleza secreta no puedo revelar acá. Dichos ejercicios, así como ciertas pruebas psicológicas extremadamente rudas que incluyeron visualizaciones detalladas de la espalda de Bud Spencer, me convirtieron en el terrorista psíquico que soy hoy en día. (Amigo lector menor de 25 años: acabas de perderte un chiste precioso. Lee, investiga, cultívate, y reirás mejor).

La gente dice que en Internet no se puede leer mucho, así que seré breve. Les he contado todo esto para advertirles que estoy listo para atacar. Si en los próximos días comienzan a ver que ciertos chivos del gobierno se ponen a llorar en público, o se suicidan, sepan que fui yo. De ahora en adelante comenzaré a mandarle mariachis fantasmas a todos esos hijos de su pepa, para atormentarlos telepáticamente hasta que la muerte les parezca una bendición. Quiero ver a esos malditos vomitando pelo por los ojos. Desataré los guitarrones del Infierno y las trompetas del Juicio Final. No tendré piedad. Me dejaré poseer por el lado oscuro de la fuerza, y en un acto de sadismo, los mariachis que enviaré a mis víctimas serán sólo colombianos. Esos sucios no merecen verdaderos charros, ni en sueños.

Morirán escuchando "la del estribo..."

Lleno de odio, y atentamente,
Enrique Enriquez (IM)

Private hell

Jose Urriola C.

Dante mintió, el infierno no es ese lugar rojo con las siete pailas lleno de demonios y azufre donde arden los condenados gritando de dolor por toda la eternidad. El infierno no es así, o por lo menos no el mío. Porque el infierno es una cosa particular, de eso estoy seguro. A cada uno le tocará el suyo, hecho a la medida, armado con esos pedacitos selectos de lo que más te desagrada en la vida. Y este infierno privado mío es distintísimo al que te tocará a ti, por ejemplo.

Te voy a contar el mío. Cuando yo me muera me voy a ver a mí mismo acostado en la cama pero visto desde el techo -como todo el mundo-, y me voy a sentir sabrosísimo mientras atravieso el cielorraso y subo flotando hasta las nubes y me encontraré de repente en el túnel oscuro famoso ése -que dice todo el mundo- donde al final se ve una luz. Entonces correré hacia la luz felicísimo dispuesto a abrazarme con quien sea que esté al otro lado, esperándome como si hubiera metido un gol… y entonces, en ese preciso instante escucharé las trompetas.

Pero no son unas trompetas celestiales, no es un coro ángeles el que las tocan. Son mariachis. Y allí yo diré: “mierda, José Urriola, el coño e la puta madre, estás en el infierno”.

Pero es que no sólo son mariachis los que me reciben; es que en mi infierno personal la banda de mariachis está conformada por estos charros: El gordo de Guaco (que tiene la marca de la bestia debajo de las canas) cuyo nombre no me sé y por favor no me lo vayan a decir porque prefiero morirme sin saberlo, Ricardo Montaner -a su izquierda- que hace los coros pero tipo hip hop, Phil Collins (que también tiene el 666 pero debajo del mechoncito de pelos que le corona la frente desde el año 82) lleva el ritmo más atrás con un chasquido de dedos, y el resto de la banda –dándole fuerte a las trompetas, el guitarrón aquel gordo, los violines desafinados, etc.- son Los Amigos Invisibles. La música será una combinación de todos ellos. Durísima, a todo vatio. Y yo tendré la sensación de estar atrapado por toda la eternidad en el más decadente show de Sábado Sensacional cuyo único espectador soy y seré yo. Daniel Zarcos no estará, gracias a Dios, porque a él le toca otro infierno.

Me darán ganas de morirme. Y, de hecho, me moriré. Pero para despertar de nuevo flotando sin acordarme de nada, viéndome a mí mismo desde el techo, para atravesar las nubes otra vez, correr eufórico por el dichoso túnel oscuro en dirección a la luz, jurando que alguien muy especial me está esperando, y justo allí escuchar las trompetas. Oh, oh, que no las tocan ángeles, sino mariachis. Los míos. Que me cantarán hasta mi muerte. Eternamente y en loop.

Ahora te toca a ti. Cuéntame cómo es el tuyo.

El Factor Mariachi

Fedosy Santaella

*En estos días me puse hurgar en mi otra vida y comprendí que en muchos trozos de mi anterior existencia se encuentra aquello que podríamos llamar el Factor Mariachi. Una cosa terrible, amigos, terrible. Ya verán…

* Recuerdo que hace muchos años, un sobrino de un tío político mío (es decir un primo lejano), se transformaba en mariachi cuando bebía. Era portugués y dejaba de ser portugués para convertirse en el supuesto mexicano más mexicano del mundo. Tenía una panza inverosímil, y unos bigotes que cuando era portugués parecían de portugués, pero cuando se transformaban en mariachi eran, irreductiblemente, bigotes de miarachi.
Apenas sonaba la ranchera, el hombre se ponía de pie, y se dejaba llevar por aquello que he llamado el Factor Marichi; algo que estaba en sus venas, en su código genético, en su estructura síquica, en las costuras de su alma… no sé.
Su mujer le traía entonces un sombrero de charro, y el hombre, botella en mano, comenzaba a cantar a viva voz la ranchera respectiva. Estaba ebrio, y todos los demás también. Era la única manera de soportar tales delerios.
Estas transformaciones ocurrían sobre todo los diciembres (los 24 y los 31), en casa de mi tía, la hermana de mi mamá que estaba casada con el tío político mío y tío del charro portugués. En aquella época, el gran padrino de la familia, mi abuelo ucraniano, dominaba toda la escena desde sus ojos grises y profundos. Callaba y se sonreía enigmático. Quizá se divertía o quizá desaprobaba en silencio las payasadas del otro; nunca lo sabré. Su nombre era Fedosy. Fedosy Kruk.

Después que mi abuelo murió no hubo padrino sucesor. Era él quien unía a la familia, así que se acabaron para siempre las fiestas de diciembre y, sobre todo, el espectáculo ranchero del primo supuestamente mexicano.

*En una época me dio por escuchar rancheras. Yo vivía en Montalbán y era estudiante de Letras en la UCAB. Italo Tedesco, profesor de literatura española I, fue el encargado de inocularnos el Factor Mariachi, cuando comparó los versos del Cid campeador (creo que fueron del Cid), con el corrido de Juan Charrasqueado y a su vez con una copla llanera o algo así. No llegué a conseguir el disco llanero, pero cierto fin de semana que estuve en Puerto Cabello pasé por casa de mi tía, busqué en el cementerio de discos que alguna vez escuchamos en diciembre, y allí estaba el acetato cuya carátula prometía en letras gordas y confiables ¨”Las Más Grandes Rancheras De Ayer, Hoy y Siempre”. Me traje el disco a Caracas y cada tarde, bajo el influjo del alcohol y dándole fuerte a las piedras del dominó, poníamos aquel disco de rancheras. Si mi primo Vladimir, que vivía en Puerto Cabello y estudiaba en Valencia, se dejaba tentar por el demonio (es decir, yo) y se venía a Caracas, entonces las rancheras se disfrutaban más. Claro, él también había vivido aquellos tiempos del portugués mariachi.

Un misterio: a pesar del loop musical ranchero, aquellas canciones se evaporaban de mi memoria, como el alcohol, y posiblemente gracias al alcohol mismo.

*Después de eso, el Factor Mariachi tomó una dimensión descomunal en mi existencia. Todo lo que quería hacer era comer tacos e ir a sitios donde hubieran mariachis y tequila. Estaba poseído de una absurda euforia hacia el tema.

Grandes pasos ya había dado en mi repertorio, por cierto. Finalmente me había aprendido El Rey y el corrido de Juan Charrasqueado. Ah, pero cuando pedía un tema a los charros, era el corrido de Juan Charrasqueado, porque tal solicitud, según mi punto de vista, me hacía lucir como un gran diletante de la cultura popular mundial. Eso sí, al pedirlo, lo hacía con el cigarrillo entre los dedos, moviendo la mano con finura de hombre de mundo, tirándomelas de que sabía mucho de rancheras y tal.

*Las Vegas es una ciudad fea y aburrida (por lo menos cuando se es joven y no se sabe que Frank Sinatra estuvo allí). En las vacaciones del año 1989 mis padres tuvieron el desatino de llevarnos a esa ciudad. Estábamos tan aburridos y asqueados del mal gusto del Ceaser Palace, que mi padre alquiló un carro y nos fuimos a pasear al desierto. Recuerdo que llegamos a un sitio que era un basurero. El increíble y portentoso basurero de la ciudad de Las Vegas. Empezamos a transitar (dentro del auto)entre la basura, maravillados de que no hubiese olores fétidos, maravillados de que la basura estuviese tan límpia y ordenada.

En la radio, en la radio gringa, empezó a sonar una ranchera. Y digo en la “radio gringa”, porque lo que ponían en esa radio era puro rock en inglés. Que comenzara a sonar La cama de piedra fue un hecho notable y curioso. Ahora pienso que a lo mejor intervino en el dial otra onda, otra radio. Quién sabe. Total que era la primera vez que escuchaba La cama de piedra y me pareció fascinante. La sumé a mi repertorio, por supuesto. Una vez que -más o menos- me la aprendí, me consideré todo un experto en rancheras. Me sabía el corrido de Juan Charresqueado, El Rey y La cama de piedra. ¿Qué más se podía pedir?

*Por aquellos años en que era un fanático furibundo del mariachi, tuve la fortuna de ir a Ciudad México. Estuve en la plaza Garibaldi, en el Tenampa. Por supuesto, le pedí a los mariachis que tocaran Juan Charrasqueado, y lo tocaron. Bebí mucha tequila. Recuerdo que éramos diez personas. Mi primo Vladimir, siete mexicanos, una gringa y yo. Nos tomamos diez botellas de tequila; por lo que podríamos decir que fue una botella de tequila por persona. Al final de la noche, la gringa, a la que habíamos conocido en la discoteca del hotel, terminó decidiendo que se iba con mi primo. Con mi primo y no conmigo, que le había estado echando toda la jauría por aquellos días en un fluído inglés que hasta yo mismo quedé sorprendido.

¿Cómo carajos hizo mi primo, si no hablaba la lengua de la gringa ni ella una papa de español? Bueno, en realidad no hizo nada. A la gringa simplemente le había gustado mi primo, y listo. La mexicana, amiga de la gringa, que también había andado con nosotros aquellos días y la que suponía era blanco de mi primo en nuestra batalla por tener sexo en México, no tuvo concesiones para mí. Es más, ese día, ella llevó a su galán mexicano, un tipo con corbata que se sabía más de tres rancheras. Yo terminé discutiendo con la gringa afuera del Tenampa. Ella me dijo (en inglés, traduzco): “Es que tú eres como para casarse, tu primo para tener sexo, y yo no vine a México a casarme.” Comprendido todo. Terminé en la habitación del hotel, comiéndome un club sandwich. Mi primo, en la pieza de la gringa, con la gringa. Y la mexicana, imagino que en casa de su galán mexicano, conocedor de más de tres rancheras.

*Con el tiempo y gracias a Dios (porque Dios existe, hermanos, Dios existe), el Factor Mariachi fue diluyéndose lentamente con los meados de la cerveza y el tequila, y llegó el terrible momento en que me sentí avergonzado de mis gustos. No obstante, no se lo notifiqué a nadie y, el día de mi graduación, mi linda novia, mi futura esposa, me sorprendió con un mariachi en el apartamento. Eso me pasa por no ser comunicativo. Los hombres son de Marte, ¿no?

*Lo que viene a continuación tuvo lugar en Caracas, en la época en que yo renegaba de mi pasado ranchero con la misma furia con que lo había acogido.
Ocurrió que cierta madrugada me estaba bajando en lo que calculo era el cuarto lugar nocturno, cuando vi pasar a un grupo de charros. Ya ebrio y alborotado, le dije al último músico:

-Igualitos a Batman y Superman: maricones de ropita apretada.

El charro, que no era mexicano pero sí mero macho, le dijo a los otros lo que yo le había dicho y se vinieron todos contra mí, guitarrones y trompetas en alto. Mi primo y otros dos gigantes que andaban conmigo se hicieron cargo de la situación (siempre andaba yo con grandulones cuando tomaba y decía cosas que no debía decir). Fue divertido ver a mis panas caerse a tanganazos con unos charros de pantalones apretados y chaquetas cortas. Yo, recostado del carro y fumándome un cigarrito, pensaba: “Sí, quizá podríamos crear el personaje del Super Charro”.

*Un día supe que una amiga se había enamorado de un tipo que tocaba en un mariachi. Resulta que el muchacho era músico, y no tuvo más remedio que rebuscarse de esa manera. Pero mi amiga estaba fascinada con su amor, y reconocí en ella la influencia de aquel Factor Mariachi que alguna vez había visto en mí.
En casa de mi amiga se formó un escándalo de padre y señor nuestro. No podían aceptar que su hija estuviera de amores con un charro de mentiras. Aunque a veces pienso que el problema no fue porque se trataba de un charro de mentiras, sino porque era músico de verdad.

*Debo tener más historias de mariachis guardadas en algún charco de la mente. No obstante, prefiero no traer ninguna otra a colación. No vaya a ser que me vuelva a atacar el espíritu, el demonio, el virus, el Factor Mariachi o lo que sea que tomó posesión de aquel portugués panzón, de aquella radio en el desierto de Las Vegas, de mi primo Vladimir, de mis amigos grandulones, y hasta de mi pobre alma golpeada por el alcohol y otros excesos. Yo ahora entré en el programa de reubicación de testigos que ofrece el buró de investigaciones de la existencia, y los mariachis –los supuestos mariachis- no entran en la nueva vida que me escogieron los hados.

*Aclaración final. No pienso que el mariachi tenga nada de malo. El mal está en la gente. En las ideas que la gente se hace con respecto a México.
Hay un episodio de Hill Street Blues donde a un policía latino le hacen un homenaje. ¿Qué había de beber? ¡Margaritas! ¿Qué sonaba? ¡Música de mariachis!
Cuando le llegó la hora de hablar frente al micrófono, el policía dijo: “Muchas gracias a todos. De verdad se agradecen las buenas intenciones. Pero dejenme decirles que en todos estos años que llevo aquí, nadie se ha preocupado por preguntarme de qué país provengo. Sólo porque soy latinoamericano, todos creen que soy mexicano. Y por eso me ponen margaritas y rancheras. Pero queridos amigos, yo soy colombiano. Muchas gracias, hasta luego”.

Esto no sólo pasa en Estados Unidos.
Muchas gracias, hasta luego.

Fotos de Nelsón Garrido


El Arbol de la Vida

Homenaje a Archimboldo

Caracas sangrante

De la serie "Santos"

Luis Mikey

“HACIENDO DAÑO RICO”: Manualito de tortura elegante.

Sergio Márquez

Segunda entrega del exitoso manual que le permitirá practicar a cualquiera, y sobre cualquiera, en la comodidad de su mazmorra u hogar, los más viciosos y sofisticados rituales de la tortura poética tardomoderna de todos los tiempos, hasta llegar a convertirse en un verdadero maestro del terror controlado.

Fascículo 2º

BLOODY MARIACHI

Un (1) traje de charro con su sombrero, todo bordado en lentejuela.

Un (1) hombre peruano de cincuenta y dos (52) años.

Dos (2) botellas de Mezcal con su gusano.

Un (1) par de botas con espuelas.

Un (1) gallo de pelea.

Un (1) interior usado de Juan Gabriel.

Un DVD de Pedrito Fernández, “Live in Guanajuato”.

Sal con chile a discreción.

Previamente a la puesta en marcha del siguiente ritual de anulación psico-espiritual, y en función de asegurar la sacralidad del sufrimiento postergado, se hace imperante invocar taumatúrgicamente la presencia de la Sagrada Virgencita de Guadalupe y de su némesis, La Santa Muerte. Visto esto, el antiguo sacrificio de sangre se hace necesario. Para llevarlo a cabo, debe colocarse al sujeto en cuestión en posición de cubito supino (en cuatro patas) con las muñecas, el cuello y los tobillos unidos por la misma soga; a continuación, se le obliga a presenciar al hombre peruano de cincuenta y dos años vestido de charro, mientras practica un grotesco “strip-tease” o “deshabillé” al ritmo de las canciones y las imágenes del DVD de Pedrito Fernádez. Durante el mismo, el hombre peruano se despoja lascivamente de todo el ajuar, hasta quedar solamente tocado con el sombrero maximalista y las botas vaqueras ungidas con sus respectivas espuelas. Al llegar al clímax con “La de la mochila azul”, el hombre peruano debe ejecutar la danza atávica del “Jarabe Ta-partío”: con las manos a la espalda y taconeando sin misericordia, irá provocando con las espuelas los profundos cortes en los costados del martirizado, de los cuales manará el preciado elixir hemato-poético a ser recogido en el cuenco del generoso sombrero charro. Una vez culminada la danza sacrificial, es menester mezclar la sangre con las dos botellas de mezcal y consumir el embriagante menjurje directamente de la copa del sombrero, mientras se introducen los dos gusanos contenidos en los frascos profundamente dentro de las fosas nasales de la víctima, con la ayuda de cualquier objeto punzo-penetrante del cual se disponga. Todo exceso gutural por parte del torturado debe controlarse ahogándolo con la ropa interior usada por Juanga en la noche del “Grito de Dolores”. Acto seguido, se coloca el sombrero ya vacío en la cabeza del sufriente y se suelta al enfurecido gallo de pelea, previamente acicateado por espirituosos buches de sangre y aguardiente. El resto del ritual consistirá en un psicótico ejercicio de contemplación tranquila: el gallo enloquecido por la fiebre de la hemoglobina, picoteará brutal e insistentemente las costillas sangrantes de la víctima, mientras Pedrito Fernández entona “El Rey” desde un monitor de plasma y nosotros regamos las heridas del desdichado con abundante sal de chile. Es evidente que la intensa gloria antes descrita solo puede relacionarse con un rito de paso chamánico, ligado a la iniciación en la masculinidad primigenia y unívoca por virtud del “auto-bautismo” de sangre sobre el “espíritu-guerrero-nahuatl” del hombre mesoamericano. El mariachi descoyuntado y drenado, para luego ser reconstituido en el sacrificio prometeíco del hombre que no supo robar el fuego y por tanto debe pagar con su “sangrita” el haber visto demasiadas veces “Lo que callan las mujeres”.

Y no olviden amiguitos: …Al que tortura, Dios lo ayuda…

Francesca – 44DD

William Benshimol Doza


Tiziano Ferro,ese cantante italiano de dudosa calidad, dijo hace poco que las mujeres mexicanas eran muy feas porque “...eran bigotudas...”. Obviamente él nunca oyó hablar de Kitten Natividad. Hija de Juárez, pero hembra de todos (al menos de los que hoy todavía suspiran por ella), Francesca Natividad salió, literalmente, de limpiar hogares en Los Angeles para convertirse en musa del maestro del “nudie”, el cine(mastólogo) Russ Meyer. Fogosa, libidinosa, de sangre caliente y dotes artísticas muy bien distribuidas, Francesca elige como nombre artístico el sugestivo apodo de “Kitten” – muy apropiado en una época en que el brazilian wax era inexistente- y gana dos años consecutivos el título de “Miss Nude Universe”. Inmediantamente comienza su tour como “stripper”, obviamente ese 44DD era su mejor carta de presentación. Tan impúdicos y grabdes dones no podían pasar desapercibidos por Russ Meyer y enseguida se prenda de esa beldad mexicana (más bien de sus tetas) e inician una ardorosa relación personal/profesional. Él la convierte en estrella de sus films “Beneath The Valley Of The Ultra-Vixens” (1979) y “Up” (1983) y ella lo refina en el arte del “cunnilingus” y el sexo anal. Quid pro quo.

De allí, a brincar entre el soft y el hard porno, aunque ella sólo contentaba a su séquito con mostrar las gigantescas.Esas mismas que la silicona realzó y la convirtieron en objeto de deseo libidinoso entre miles de admiradores.

Como todas las relaciones tormentosas, se separa de Meyer ( después de 15 años de coito profesional) y comienza a explotar su leyenda, hasta erigirse en un mito. Ella es un mito apuntalado por un par de iconos que domina con agraciada perfección. Pero ¡Oh destino cruel!, en 1999 debe someterse a una doble mastectomía por cáncer de senos, paradójico final para quien hizo de su cuerpo su mejor inversión; sin embargo hoy recuerdo su salvaje belleza en los films que protagonizó, en sus destructoras fotos, en esa facilidad para enviilecer y cautivar. Hoy recuerdo sus tetas, cuando la silicona todavía no había invadido el “mainstream” y había cierto toque de inocencia en apreciar tan gigantes mamas. La recuerdo, incluso, en sus pequeños “cameos” de “My Tutor” (1983) y “Another 48 Hrs” (1990). Kitten desafió a su herencia hispánica,al convertirse en abierta expositora de su humanidad y romper el tabú que aún hoy en día reina entre ciertas “divas” que temen abrirse de pecho sin temor al que dirán.

Francesca Isabel Natividad, “Kitten”, la musa, la mujer del maestro. El caudal de hembra, que, a mucha honra y a pesar de los comentarios del italiano, no era ni fea y muucho menos bigotuda.

Tres poemas de Adriana Bertorelli

Un corazón suspendido
en un frasco de vidrio.
Flotando pequeño,
clavado por alfileres
como el corazón de una muñeca:
ausente, turbio,
sin conciencia
de su propio abismo.

Jamás confíes en un corazón
que reposa en un cubo de hielo.
Porque al sacarlo,
creerás que se mueve
y digo creerás porque sólo será
como las muecas
de la primera víctima de las películas
de terror
y que resultan ser
uno de esos movimientos espasmódicos,
involuntarios,
posteriores a la muerte
en el momento justo
en que el alma
encuentra el túnel de luz
y por allí se va.
Si ves a un corazón en una hielera,
huye:
Porque al primer descuido,
pretenderá despojarte
de esa vida
que no tiene.


El amante es el que da las batallas;
el amado, en cambio, pobrecito,
no es más que un ser imaginario.
Piedad Bonnett

Si es de aquellos que insiste en compartir
al ser amado con otro,
debe tener cuidado
de no perder tanto en la repartición.
También debe cuidarse
de no ser injusto con el tercero
ya que esto hablará muy mal de usted frente al amado,
definiéndolo como un ser
posesivo o egoista.
Así pues, sugerimos,
que si va a entrar en esta tormenta de pasiones,
excusas por orden alfabético,
llantos contra la almohada,
náuseas, taquicardia
y arrebatos de celos,
lo haga de la manera más digna posible.
No caiga en la tentación
de creerse original e incomprendido.
Situaciones así vienen sucediendo
desde la creación del mundo.
Le proponemos, por ejemplo,
dividir el cuerpo amado
en partes más o menos iguales
(es importante que en la división
sean tomadas en cuenta las preferencias,
así como el uso que del cuerpo amado
tengan o deseen tener las partes involucradas).
Por ejemplo:
cuadril derecho, cuadril izquierdo,
uno para mí, uno para ti.
Muslo derecho, muslo izquierdo,
uno para ti, otro para mí.
Hoyuelo en la mejilla, tuyo,
lunar en el hombro, mío.
Trate sí,
de balancear el objeto de su deseo compartido
de manera tal
que ninguno de los comensales
quede supeditado a un solo lado del cuerpo,
ya que esto podría afectar sus cualidades amatorias,
haciéndole sentir a su adorado
además de cierto grado de culpa,
un terrible desconsuelo en el lado contrario.
También tome en cuenta que,
aunque usted no lo sepa,
puede haber más personas involucradas
en esta sufrida maraña de amor.
(Porque aun cuando usted cree
que es el único con una doble vida
jugando a ocultar lo que es obvio,
tal vez su pareja original
también esté haciendo lo mismo
y, en vez del segundo del primero,
usted termine convirtiéndose
en el segundo del segundo del segundo.
o hasta en el tercero del segundo del primero
y así sucesivamente
en combinaciones infinitas.)
Pero nunca olvide, nunca,
ni en el momento más arrebatado
de este accidente sublimado del destino,
que sea en cuerpo o sea en alma,
todos los implicados terminarán
haciendo el amor
en la misma cama.


(Del poemario Música de rockola)

Cómo formar el mejor conjunto de mariachis

Ramón Salazar

En vista de la situación económica del país me he dejado de güebonadas y he decidido bajarme las bolas del hombro. Comenzaré a buscar un nuevo trabajo, uno que sea más estable. Yo trabajo de Comerciante Informal de Artículos de Moda; mi oficio también se conoce como buhonero de avenida. El negocio en los últimos meses no ha estado muy bueno y en casa tengo cuatro muchachos y una cuaima esperando que llegue con real.

Recuerdo aquellos tiempos, cuando hacia real parejo todos los días. Con la plata que me gané vendiendo el video de Roxana Díaz, les compré los útiles escolares a mis hijos. Los dividendos de las ventas de la franela con la frase “PREFIERO SER PUTA QUE CHAVISTA”, los empleé para pagar la deuda que tenía con el condominio. Un día llegué a vender 81 pulseritas amarillas, de esas que hizo famosas un tipo que maneja motos, creo. La película Secuestro Express, se vendía como pan caliente. Hasta vendiendo libros gané plata; hay quienes creen que en Venezuela vender libros no es negocio, pero yo vendí 26 ejemplares de El Código Da Vinci en tan solo una semana.

Lo importante en mi trabajo es estar al tanto de las tendencias consumistas, y en eso yo soy muy habilidoso. Pero a pesar de mis pericias, en los últimos meses he tomado malas decisiones y me está yendo mal con el negocio. Todo comenzó cuando decidí invertir unos reales comprando la nueva bandera de Venezuela con ocho estrellas, de esas solo vendí cinco o seis. Otro de los motivos por los cuales mi economía se ha venido a bajo es debido a que el día que tuve que reunirme con mi proveedor de mercancía llegué tarde. Ese día el proveedor me entregaría las banderitas de los equipos participantes en el mundial. Como llegué tarde, a mi proveedor solo le quedaban las banderitas de Polonia, Costa de Marfil y Togo; yo me arriesgué a comprarlas, lamentablemente para mí, esos fueron los primeros equipos en ser eliminados del mundial de fútbol. Así es el negocio, a veces bueno, a veces malo. Como dije al comienzo, estoy pensando en cambiar de oficio. Eso de estar pendiente de qué es lo quiere la gente no es fácil, y mucho menos cuando la gente no sabe que es lo quiere.

Me he puesto a pensar en cual seria el oficio que podría ayudarme a mejorar mis finanzas y creo que formar un conjunto de mariachis es la solución a todos mis problemas económicos. Es que, póngase a pensar usted en esto, los mariachis están en todos los bochinches, guateques y celebraciones. Si su sobrina cumple 15 años contratan a unos mariachis. Para el día de la madre y del padre contratan a unos mariachis. En los matrimonios los mariachis son imprescindibles. Si a usted le pegaron cacho y anda despechado contrata a unos mariachis para desahogar sus penas bebiendo tequila y cantando El Rey. Si un amigo quiere conquistar a alguna chica, segurito alguien le aconseja que le lleve unos mariachis. Por todo esto, es que ya decidí que formaré un conjunto de mariachis.
Ya realicé una lista de cosas que hacer para poder tener mi propio conjunto de mariachis exitoso. Estas son algunas de las cosas que debo hacer:

* Aprender a tocar guitarra, violín, guitarrón o trompeta. En caso de no poder aprender, encontrar a quienes ya sepan tocar; así solo me dedicaría a memorizarme las canciones.
* Diseñar un uniforme. El uniforme de mi conjunto de mariachis no será negro con detalles amarillos; creo que usaremos uniformes de color verde con arreglos en rojo y blanco.

* Elegir un nombre para el conjunto. La mayoría de los que conozco tienen nombres oriundos de México, por eso creo que lo llamaré Mariachis Los Ta-Te (de Tacos y Tequila).

* Adoptar una imagen de charro. Me dejaré crecer el bigote, veré de nuevo las películas de Cantinflas y Pedro Infantes, empezaré a hablar como el Chavo del ocho y me colocaré un par de medias enrolladas debajo de mi pantalón.

* Componer canciones. Esta es la parte más difícil, ya que yo no sé ni escribir un mensaje de texto. Lo que si podré hacer es adaptar algunas canciones modernas al ritmo de mariachis. Comenzaré adaptando En Carne Viva, de Scarlet Ortiz, luego será que adapte el Asereje.

Bueno, creo que con esas cosas será suficiente. Espero me vaya bien en mi nuevo oficio. ¡Viva México!

Entre implantes te veas o de cómo un día decidí cambiar

Juan Zamora


He decidido entrar en la onda de las cirugías, implantes y reconstrucciones. Sí señor, al mejor estilo de Beverly Hills 90210. Estuve pensando, meditando más bien y llegué a una importante y contundente conclusión: El tamaño sí importa...

Cada vez que escucho la frase “Mi amorcitico” de boca de mi esposa, no puedo evitar dirigir la mirada hacia abajo, hacia mis pies, y darme cuenta de que en el camino, aparte de mi irreverente panza, ninguna otra cosa sobresale.

Mis zapatos son víctimas de una pertinaz salpicada cada vez que voy al baño a miccionar, y no porque el chorro no tenga fuerza, si no porque el goteo final no llega a la taza, debido a lo corto del dispositivo de expulsión.

Ya estoy demasiado familiarizado con la diferencia entre jadeo y suspiro, así que no más. Estoy harto, me cansé.

Ya no me convence aquello de que la cuestión esta en el manejo, la experiencia y la creatividad ¿Quién se preocuparía o molestaría en buscar si tengo o no tales virtudes si con lo primero que se encontraran fuese con un aparato de mayúsculas proporciones entre pierna y pierna?

Pasaría como con una curvilínea rubia de grandes y redondos senos ¿A quién carajo le importa que sea bruta?

Pensé, pensé y pensé y creanme que ya estoy convencido de que lo mejor para mi maltratado ego, es que me someta a una intervención. Quirúrgica, digo...

No hay psicólogo ni psiquiatra que valga. Lo intenté y no funcionó. Uno me dijo en una oportunidad: “Usted tiene ideas muy cortas...” - Por eso es que busco mentes estrechas - le respondí.

“¡Qué PEQUEÑO es el mundo!” Exclamó una psicóloga que había compartido el bachillerato conmigo, cuando entré a su consultorio. No habría pasado de un simple y común comentario, si el mismo no se hubiese repetido tantas veces durante la sesión. Demás esta decir que en aquellos años mozos, llegamos a tener cierto contacto que fue un poco más allá de los pubertos besos.

Ya es formal e irreversible mi decisión. ¡Me opero! Pido un crédito, busco al Dr. 90210 y me opero. Es más, ya tengo visto el modelo que suplantará a lo que dentro de poco ya no será. Ya escogí el implante. National Geographic, Discovery Channel y Animal Planet, fueron mi fuente de inspiración.

Tres programas, solo tres programas bastaron, uno en cada canal. La solución llego después de mirar esos tres documentales. Orden Proboscidea, familia Elephantidae.

Asiático o Africano, a través de los tiempos, el elefante siempre ha sido sinónimo de majestuosidad, grandes proporciones, inmensidad. La fascinación que causa su sola presencia es inocultable.

Y dentro de toda esta magnificencia, una de las cosas que más destaca es su trompa. Esa cosa que cuelga, lo primero que se ve, lo que sobresale. Esa adaptación de su nariz.

¿Sabían que en la punta tienen una o dos extensiones musculares que pueden utilizar con la misma destreza con la que nosotros usamos nuestros dedos? El número de estas extensiones dependerá de la procedencia del animal, una si es asiático y dos si es africano.

Gran tamaño y grosor, tacto y olfato en un solo miembro y por si fuera poco, dos dedos al final. Repito la pregunta: ¿A quién carajo le importaría si yo fuese inteligente, creativo, divertido, bajito, gordito, alto, flaco o que coño?

¿Qué mujer repararía en virtudes o rasgos si toda su atención se centraría en un solo objetivo? Y es que pasaría a ser eso: El Objetivo. “El objetivo del deseo” de toda mujer con un mínimo de lujuria y pasión en sus genes. Creo que hasta para la más fría e incólume fémina, esto sería un alisciente para despertar sus más bajos instintos (grrrrr...) Alguna intentaría el contacto aunque fuese solo por curiosidad.

Ni hablar de las ventajas extras. Del valor agregado, como quien dice. Recoger cosas del piso ya no implicaría esfuerzos adicionales para mi columna. Claro, que tendría que estar muy pendiente de que cosas me consigo en el camino. Sería muy incomodo andar con el culo lleno de maníes, mas si son en concha.

Mis zapatos agradecerían el cesar del tintineo sobre ellos al finalizar de orinar.

Beneficio extra para mi esposa, adiós a las duchas vaginales. Yo mismo soy; servicio completo de aspirado, lavado y engrase.

Ni la de Eustaquio ni la de Falopio, no señor. La mía, MI TROMPA. Bueno, después del implante o transplante, cambiaría su denominación. Ya pasaría a ser El Miembro, MI MIEMBRO.

Ni suspiros ni jadeos. Aullidos, gritos y alaridos.

¿Qué como luce dentro del pantalón? ¿Qué si camino bien, qué como me visto ahora? Eso ya no sería el problema. La discusión familiar se centraría en el escrúpulo. Si, en el escrúpulo. Tendríamos que debatir en el seno familiar, entre la conveniencia o no de dejar a un lado los escrúpulos y comenzar a buscar el lado lucrativo de la cosa.

¿Prostitución? ¿Por qué ser tan duros? Piensen en un tiovivo, en el caballito o el carrito que ponen en las barberías infantiles, para que el niño se entretenga. Los carritos chocones, el tobogán inflable. Eso si, tres cosas: Entretenimiento para adultos, Only Woman y nada de monedas ni fichas para introducir en la ranura.

Bueno, yo ya estoy convencido. Ahora tengo mucho trabajo por delante, el crédito, el médico y el donante. Lo demás, como dicen por allí: Ta’ fácil!